-”Truman” es como la vida misma, un drama con variedad de emociones complejas y puntos de vista. Háganse un favor y no se la pierdan, es magnífica.
-Los diálogos son fascinantes y la película concentra todo su peso en dos actores mayúsculos que dan lo mejor de si mismos. Darín y Cámara están sublimes.
Cesc Gay regresa tras tres años de su última película, “Una pistola en cada mano”, y lo hace con una obra dispuesta a perdurar. Una inteligente y conmovedora "dramedia", bastante más accesible para el público que otras de sus cintas, pero que en ningún momento deja de ser una película de su director, con las virtudes y los problemas que eso conlleva. La premisa es la siguiente: Dos amigos de la infancia ahora ya en la mediana edad se reúnen después de muchos años para pasar unos días juntos, debido a que uno de ellos padece una enfermedad terminal. Una premisa que habitualmente habría ido por el camino del melodrama lacrimógeno de turno. Sin embargo en esta ocasión estamos ante un drama honesto, sutil, agudo y muy eficaz que juega con la tragicomedia de una forma -como mínimo- brillante. El guión corre a cargo del propio Cesc Gay y su habitual colaborador Tomás Aragay y en el reparto además de Ricardo Darín y Javier Cámara, encontramos secundarios de la talla de: Dolores Fonzi, Àlex Brendemühl, Javier Gutiérrez y Eduard Fernández -entre otros-. Bueno, ya va siendo hora de explicar los múltiples motivos por los que no deben ustedes perderse esta coproducción España-Argentina, en especial aprovechando que estamos en plena fiesta del cine.
El argumento se nos explica en un par de minutos y no hay grandes variaciones narrativas en la película. “Truman” es una película sencilla y compleja al mismo tiempo, porque como apunté antes, es como la vida misma. No hay grandes alardes, giros de guión absurdamente complicados, ni cuarenta personajes interconectados a los que atender. Es un filme sobre dos amigos diferentes y en diferentes situaciones que disfrutan de los últimos días que estarán juntos. Por eso mismo, como la vida, puede ser sencilla y puede ser enormemente compleja, al igual que las emociones que maneja el guión. El trabajo de dirección también resulta sutil, eficaz y preciso, pero destaca por su atención a los pequeños detalles y porque Cesc Gay sabe sacar lo mejor de sus actores. Los lugares transitados son habituales y los temas de los que se habla tampoco son nuevos precisamente, sin embargo la forma de hablar de ellos si que es elegante y concisa como en pocas ocasiones. Gay y Aragay huyen de manipulaciones y del exceso, se sirven de la comedia en múltiples formas y al unirse ésta a la tragedia se gestan algunos diálogos realmente excepcionales. Escenas rebosantes de sentimientos que no se transmiten sólo por palabras, sino por gestos, miradas, silencios, movimientos; que aúnan la tristeza con el humor entre muchos otros estados de ánimo. Todo esto posible gracias al núcleo en el que reside mucha de la fuerza de la película, su dúo protagonista (una decisión arriesgada que resulta un enorme acierto). Javier Cámara y en especial Ricardo Darín realizan dos interpretaciones de aplauso, de esas para las que se inventaron los premios y el arte de la interpretación. Por tanto una película de silencios, de miradas y sobre todo de momentos. Como los reencuentros, las sorpresas inesperadas, las irónicas incomodidades de estarse muriendo, esos otros donde la gente no te saluda por miedo a meter la pata, algunos en los descubres quienes son tus verdaderos amigos y lo que has aprendido de ellos, o esos en los que aprendes lo que realmente significa la paternidad, despedirte de tus dos hijos, las preocupaciones por los que dejas atrás (superficiales para unos, primordiales para otros) y por como los vas a dejar, las despedidas que no quieres pero necesitas, la culpabilidad, las verdades a medias, curarse las heridas recíprocamente y al final la dualidad de la vida y la muerte.
Cesc Gay entrega una gran película, una historia sobre temas y valores universales. Sobre la amistad, sobre como afrontar el último adios y sobre como aprovechar cada momento. “Truman” es cine con verdadera sensibilidad, que no alecciona sino que reconcilia, que no manipula sino que se guarda sus lágrimas para ser igualmente conmovedor gracias a esa honestidad y a una sonrisa que mantiene permanentemente en su rostro. Diálogos existenciales, psicológicos, morales, emocionales y humorísticos que se suceden a lo largo de cuatro días cruciales en la vida de dos personajes bien descritos y aún mejor interpretados. A día de hoy “Truman” es la mejor película española del año, y es que está tan bien hecha que duele, pero la revisionarías al instante y volverías a quedar fascinado como la primera vez. Una bonita forma de definir un clásico.
Alejandro Arranz
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