-Una película que une géneros, razas y religiones en un entrañable despliegue de odio sabio y justificado. Solo apta para idiotas, sádicos, cinéfagos de profesión y coprófagos diagnosticados.
-Lo mejor: El guardaespaldas interpretado por Max Martini, le llaman por el nombre mientras le enfoca la cámara y con eso iguala el dibujo del resto de personajes. Y la suicida, la menos tarada de todos.
De nuevo mis obligaciones me conducen a un lugar recóndito y peligroso para que me trague el último rollo machista, plano, materialista y para colmo aburrido del que me toca escribir. Ya tuve la desdicha de ver y “dar rienda suelta a mis groserías” sobre la primera entrega de esta serie de adaptaciones de los abortos eróticos surgidos de la podrida mente de E.L. James. En esta secuela (válidos ambos significados), la cineasta Sam Taylor-Johnson abandona -por su propio bien- la silla de dirección y es sustituida por un irreconocible James Foley (Confidence), quizás su gemelo malvado. El nuevo guionista se llama Niall Leonard, un mal guionista de televisión que aquí da vueltas de tuerca a su trabajo previo. Bien, las siguientes líneas serán un lugar enfocado hacia el respeto humano y la salud mental con el protagonismo de todas las agresiones textuales que se me vayan ocurriendo hasta que me canse. Entiéndase que me refiero a mi salud mental y en relación al respeto humano, bueno, probablemente mi compañero el Dr. Orloff podría explicarlo mejor. Por si acaso absténganse de seguir leyendo fans de esta chorrada o personas sensibles. Vamos allá.
Este horroroso martirio es lo más rancio que he visto -sin el nombre de Luc Besson- en bastante tiempo. Una mezcla de géneros tullidos tan superficial y penosa que arrancarse las uñas, una a una, suena a música celestial. No como el insoportable pop empalagoso que no deja de sonar ni medio puñetero segundo. En especial durante las escenas sexuales, que parecen muy de relleno y es difícil percatarse de que son el núcleo de la cinta, mientras que el relleno lo componen todas las subtramas torpes y defectuosas que van dejándose caer. Pues a pesar de ser el principal reclamo para los espectadores, el erotismo de las escenas carnales es nulo. Si colocáramos un medidor de sensualidad y lascivia en la sala, al verlo la gente probablemente se uniera, por lástima y empatía, en una orgía sollozante para comprobar si el calor humano y las lágrimas lo hacían todo más llevadero. Algo terriblemente difícil viendo a esos actores completamente perdidos, haciendo de personajes más unidimensionales que el vello púbico añadido en post-producción en la primera entrega y obligados por contrato de servidumbre a recitar unos diálogos tan chapuceros, frívolos, irrisorios y ofensivos; que provocan un nivel de dolor en el que la ironía quema hasta en los genitales. No sé si preferiría ser Maria Schneider y que Brando me unte la mantequilla.
No negaré que esta segunda parte se hace algo más amena gracias al humor añadido respecto a la primera. Aunque los responsables no debían tener en cuenta lo sonrojante y lamentable que era todo de por si, ya que la suma da como resultado la comedia grotesca más graciosa del año (no como la insulsa Fifty Shades of Black). Con esas caricaturas fugaces y telenovelescas que son los villanos, los cuales convierten el videoclip romanticón sobre veleros y cosas caras, en un somnífero thriller culebronesco sin pizca de tensión ni emoción; en el que Foley exhibe un manejo del tempo narrativo tan patético, que da la sensación de que dirigía mientras le sometían a una sesión de “ballbusting”. A pesar de todo ésto y muchas otras cosas que probablemente mi benevolente cerebro se esfuerce en borrar para no entrar en colapso, llegué a un momento de lucidez en el que me aburría tanto que, para no dormirme a falta de pinzas en los pezones con las que espabilarme, empecé a fijarme a ver si bostezaba siguiendo el ritmo de las canciones pop o de la sucesión de tonterías, ambas cosas demasiado insistentes y permanentes. No llegué a saberlo, pero encontré un símil entre la razón de los bostezos y los problemas de la narrativa del filme. Para mi sorpresa, llevaba casi dos horas sin pasar absolutamente nada.
No sé si Grey consigue superar sus pesadillas, pero sobreponerse a este trauma de película es difícil. Las sombras que hacían de la primera una soberana estupidez, son ahora más oscuras; entiendo que la promesa la cumple y las amas de casa aburridas lo gozarán a saco. Pero no se equivoquen, la gente que se masturba en la sala no es por el erotismo que desprende la cinta, es una forma de hacer rentable el precio de la entrada y disfrutar un poco las dos horas largas de película. Ustedes los ven como pobres infelices, yo como gente atrevida, pues llegar al orgasmo con semejante chorrada antilibido de fondo, debería ser considerado deporte olímpico. Si quieren ver a un millonario ligón con traumas sobre su pasado, con una tableta entrenada que no deja que le toquen y que manda a la gente al psiquiátrico cuando tal vez él mismo debería hacerle una visita, olvídense de Grey y mejor déjense caer por LEGO Batman. Pero ahí olviden el toqueteo, debemos pensar en los niños.
Alejandro Arranz
¡Hola! Me es grato encontrar alguien que opina lo que acabas de exponer en tu entrada. Yo no tengo ni la menor intención de invertir en la entrada del cine para ver esto... Comprobar el éxito de los libros y de las películas me lleva al alarmismo más absoluto. El género humano está avocado a la extinción... ¡Jajajaja! Río por no llorar...
ResponderEliminarSaludos Alejandro