No podía haber una semana mejor para volver a escribir, porque vuelve Clint. Es algo muy especial para un servidor, al que probablemente nadie la haya brindado tanta felicidad como este inmortal cineasta, que básicamente me enseñó a amar el cine. Tras un doloroso retraso en Enero, al fin llega a la cartelera española su último trabajo como director, y actor. Era difícil igualar la alegría de volver al cine a ver una película dirigida por el maestro, pero volver a verle delante de la cámara es un sueño que ya parecía imposible. Una doble alegría, pues ya no tendremos que lamentarnos porque la última película de su carrera como actor sea aquella olvidable Trouble with the Curve. Es el momento de entrar en la sala de cine y disfrutar de un acontecimiento épico, de una oportunidad que tal vez no se repita (aunque espero profundamente que ocurra): acudir al estreno de una nueva película de Clint Eastwood. Es casi imposible no emocionarse.
Lo último de Clint es una sorpresa constante. Asombra recordar la delicadeza con la que el cineasta nos habla, la elegancia con la que trata a sus personajes, el sentido con el que enfrenta los pequeños detalles y su increíble capacidad para convertir una historia muy compleja, reflexiva y profundamente triste en un cuento liviano y hasta jocoso. Mula es un trabajo crepuscular, otro drama con alma de western, una tragicomedia insólita que reencuentra a Clint, tal vez por última vez, con todos sus temas y los inconfundibles que han caracterizado su filmografía. Hasta se permite interpretar -y maravillosamente- a un personaje que es todos los de siempre al tiempo que madura hacia algo distinto, alcanzando la redención junto al propio Eastwood tras un camino largo, abrupto y repleto de lecciones aprendidas que concluye en el lugar perfecto. Hay seguridad en cada plano, personalidad en cada gesto e importancia en cada diálogo o situación que se sucede; sin embargo la ambigüedad no solo reside en el personaje de Earl sino en el propio tono de la película, que esconde la verdadera naturaleza de ésta. Eastwood, desengañado pero completamente alejado de cualquier cinismo, nos regala la mirada más sabia hacia la vida, cuya clarividente comprensión solo puede provenir de la experiencia. Y aquí la sutileza de un maestro, su emocionante honestidad y la sensibilidad única que siempre le ha caracterizado ponen el broche de oro a una absolución que vive de la derrota. No hay ni pizca de falsedad en un desenlace que es, además de coherente con toda su filmografía, precioso.
Mula es una película de Clint Eastwood. Seguramente es lo mejor que se puede decir de ella. Y esto no es un inconveniente ni una queja, sino todo lo contrario. Aquí encontramos todas las cosas que han hecho grande la filmografía del maestro, toda la delicadeza que ha forjado su leyenda, desde la simplicidad, sin grandilocuencias. Se puede decir que nadie salvo Clint podía haber hecho esta película, que desprende personalidad de cada poro. Sin embargo habría que matizar que nadie salvo el Clint de 88 años podría haberla hecho, al menos de esta forma, pues requiere cada gramo de sabiduría que ha ido adquiriendo durante su vida y su relación con el séptimo arte. Si es aquí donde nos despedimos de Eastwood, si este es su testamento cinematográfico, y desde luego así lo indican todos los elementos, no parece que pudiera ser de una forma mejor. Una vez más, gracias por todo, señor Eastwood, no sabe lo mucho que ha significado para algunos.
Alejandro Arranz
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