-Un viaje muy largo y lleno de baches que no lleva a ningún lugar nuevo, ni particularmente interesante ni mínimamente sorprendente respecto a su legendaria antecesora.
-Villeneuve brinda un torrente visual agotador y paralelamente se pasa 163 minutos dando palos de ciego.
Hoy vengo a hacer de malo, a desinflar todo el hype que los medios han ido creando con sus histriónicos artículos, poseídos por la falta de reposo postvisionado, la poderosa nostalgia y el desbordante talento visual de los señores Villenueve y Deakins. Porque aún tratándose de una más que innecesaria secuela de una de las grandes obras de la ciencia ficción, del cyberpunk y el cine negro; los responsables tras de ella hacen posible soñar con una secuela digna, de hecho eso mismo se antoja irresistible por parte de un fan que desea amar esta nueva historia producida por el propio Scott y co-escrita por el guionista de la original, Hampton Fancher. No obstante, siento decir que estamos lejos de aquella sensación que nos dejó Blade Runner, de su aura, de su aliento triste y ciertamente épico, de su belleza sucia y de sus personajes inolvidables. Esta apuesta fuerte de Villeneuve impacta como película íntegramente visual, pero nunca va más allá de su bonito envoltorio ni a nivel emocional ni cerebral. Por eso antes de empezar a escribir sobre esta inflada secuela, pido que hagan con ella lo que muchos consideran una técnica impecable para aprender a beber whisky. Échenle un poco de agua al dorado brebaje, eso reducirá la intensidad y les permitirá distinguir los sabores y elementos que lo componen. Habrán comprobado que la fuerza de este licor en particular proviene del alcohol, pero también que tras ese golpe superficial del apartado visual hay completa pobreza en cuanto a matices, emociones y sensaciones. Villeneuve ha hecho una película sin alma, pero lo peor es que ha hecho una película sin riesgos.
Villeneuve nos introduce en un nuevo mundo, uno mucho más iluminado que aquella metrópolis aciaga por la que deambulaba Rick Deckard, pero que no por ello es menos triste y apocalíptico. El nuevo protagonista es el agente K, un Blade Runner que se dedica a retirar modelos anteriores y desobedientes de Nexus. Y sí, un Ryan Gosling al que no le iba tan bien un papel desde hace años. A partir de aquí nos esperan 163 irregulares minutos de oportunidades desperdiciadas, de personajes fácilmente olvidables y de una trama mucho más simple de lo que la propia película quiere reconocer. Un metraje incomprensible para lo que hay que contar y que se vuelve insostenible debido a la plomiza narración de la que hace gala Villeneuve en algunos tramos; mientras el guion de Fancher y Green se debate entre revisitar los temas y reflexiones de la original, pisarla de forma torpe o directamente moverse en círculos para no llegar a ningún sitio. Aún así en el transcurso existen ciertas escenas que nos atrapan, debido a la buena escritura de los diálogos, al talento de los intérpretes y en especial a nuestras ganas de saber a donde nos llevará el filme. Llegará entonces otra decepción, cuando las respuestas o no se den o lo hagan de forma dolorosamente limitada. Por tanto es más apetecible -y fácil- perderse en la fotografía de Deakins, un extraordinario trabajo que le granjeará su decimocuarta nominación consecutiva al Óscar, esperemos que esta vez con premio. Sin embargo las imágenes parecen filmadas por un Villeneuve entre los problemas de los hombres y los de las máquinas. Por un lado, un vanidoso hombre que necesita aprobar el reto que se ha puesto y por otro una máquina incapaz de ir más allá de una perfección matemática, hasta una imperfecta pureza artística y emocional. Así es como la perfección de cada fotograma solo es superada por el vacío que exhala.
Al guion se le ven las costuras en más de una ocasión, algo a lo que no ayuda cierta torpeza del cineasta al plantear los giros. Sin embargo lo más difícil de aceptar son esos personajes de cartón, desaprovechados títeres unidimensionales que además carecen del carisma que tenía, por ejemplo, Gaff. Ahí tenemos al “villano” de Jared Leto, que está tan incompleto que da la impresión de que también le han quitado metraje aquí, o su segunda de abordo, Luv, que vive únicamente de la delicada interpretación de Sylvia Hoeks. No hay más que pararse a observar como sube el listón la aparición de Ford, que ni siquiera interpreta a Deckard sino más bien al Han Solo de The Force Awakens, para darse cuenta de que las comparaciones son ineludibles desde la propia esencia de la secuela. Sea como fuere los únicos personajes atractivos son el de Ana de Armas, que irónicamente es el más humano y real de todos los que pasan por la pantalla, y el de Ryan Gosling, que pese a su arco dramático seminuevo, gana muchísimos enteros porque la interpretación del nominado al Óscar es de lejos lo mejor que tiene que ofrecer la película. Incluso si concluye con una escena que es un irritante remedo del desenlace original. Una conclusión que funde a negro dejando un número ilimitado de oportunidades perdidas y de tramas abiertas sin desarrollo alguno.
Al final Villeneuve ha entregado una irregular película scifi a la que le viene muy grande su título. Básicamente porque a cualquiera le tiembla el pulso cuando debe realizar la secuela de un clásico, incluso si a golpe de talonario reúnes a un equipo de primer nivel. Hablamos de una cinta que tardó años en convertirse por derecho propio en una obra de culto y cuya secuela llega en un momento en el que los elogios nos llenan la boca y los caracteres del Twitter, en el que las palabras “obra maestra” están harto desgastadas y descontextualizadas. Nadie puede meterse con Villeneuve por arriesgarse a hacerlo, quizás se puede criticar que el único riesgo del proyecto fuera ese. Pero es que para tener entre manos una película que es imposible no comparar continuamente con la original; carece de su poesía, su misterio, su complejidad, su innovación y la fascinación que provocaba. No está aquella introducción hipnótica, aquel detective huraño y deshumanizado, aquella música de Vangelis, aquel maniático nivel de detalle, aquel replicante más humano que los humanos que soltaba el monólogo más hermoso que se haya jamás escuchado bajo la lluvia. Si usted, que está leyendo todas las tonterías que escribo casi sin pararme a pensar, cree que se puede visionar Blade Runner 2049 sin hacer comparaciones con la original, es un ingenuo. Lo que antes era un unicornio, ahora es solo un caballito de madera.
Alejandro Arranz
Como decimos en nuestra crítica, nosotros dejamos las comparaciones para los otros, más que nada, porque no hemos visto la original, y en serio os decimos que esta "Blade Runner 2049" no es una obra maestra, pero es una grandísima cinta que dará mucho que hablar esta última parte del año.
ResponderEliminarSaludos cinéfilos.
HemosVisto
Buena critica
ResponderEliminarAl menos, no un caballito de isopor :P
ResponderEliminarDe madera que hace tiempo no existe. Por eso su valor es incalculable
ResponderEliminarDe madera que hace tiempo no existe. Su valor es incalculable
ResponderEliminarmuy buena critica, no hay historia que contar
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