-Jake Gyllehaal te destroza con una zurda demoledora, su interpretación es salvaje y arrolladora.
-Típico drama sobre el boxeo con trama de redención y exceso de sensiblería. Fuqua sabe como hacer que algunas escenas funcionen mejor de lo esperado.
El boxeo siempre ha sido un tema de relativa frecuencia en el cine y durante los últimos años han llegado a la cartelera películas excelentes que radiografiaban este controvertido deporte así como la vida y la filosofía de sus boxeadores. No sólo eso, el género ha sabido complementarse perfectamente con el drama desde muy atrás, brindando historias fascinantes, humanistas, redentoras, vengativas y también tratando infinidad de temas o retratando variedad de épocas y ambientes. Todo el mundo recuerda Rocky o Raging Bull (una de las películas favoritas de este crítico) pero no sólo de esos clásicos vive este género. Sería imposible no acordarse, por ejemplo, de aquella demoledora Body and Soul (1947) de Robert Rossen o de uno de los mejores papeles del inigualable Paul Newman, que allá por 1956 interpretaba al púgil Rocky Graziano en el fascinante drama biográfico dirigido por Robert Wise; con un fugaz cameo que supondría el debut de Steve McQueen. Persiste también el recuerdo de aquella tercera colaboración entre Jim Sherindan y Daniel Day-Lewis titulada The Boxer, en la que el actor ofrecía uno de sus trabajos más fascinantes. Y si lo que quieren son ejemplos actuales, hay a puñados. Desde las más infravaloradas como Cinderella Man de Ron Howard o, a principios del nuevo siglo, el Ali de Michael Mann; hasta algunas de las más reconocidas como Million Dollar Baby, The Fighter, The Wrestler o más recientemente Creed de Ryan Coogler. En esta ocasión ha sido Antoine Fuqua quien ha decidido probar suerte en este deporte, y para ello cuenta con Jake Gyllenhaal, que se sube al ring dispuesto a darlo todo con una interpretación comprometida e inflamable, otro punto que añadir a una carrera alucinante. En su esquina encontramos también a algunos secundarios de lujo, entre los que destacan: Rachel McAdams, Naomie Harris y Forest Whitaker, que hacen un trabajo más que correcto. Nos ha llegado con mucho retraso, pero al fin la tenemos en cartelera, y deben ustedes preguntarse: ¿Es esta una película ganadora?
La respuesta admite matices, aunque está muy cerca del no. Nos encontramos con un filme totalmente corriente, Fuqua y el guionista de series Kurt Sutter siguen la fórmula y reproducen los tópicos tan al pie de la letra que es imposible no prever todo lo que viene a continuación. Tampoco es que la ejecución sea ejemplar y sorprendente, porque como en gran parte de los trabajos anteriores del director, se debate entre la mera corrección y la torpeza. Es cierto que algunas escenas funcionan mucho mejor de lo que uno se puede esperar, pero también hay otras que dan ganas de echarse las manos a la cabeza. El guion tiene problemas bastante importantes en cuanto a la coherencia, la construcción de personajes, la resolución de situaciones, la poca visión de oportunidades interesantes y la superficialidad del material. Porque a pesar de las pretensiones estilísticas de su realizador, estamos ante una historia de lo más trivial, con momentos excesivamente sensibleros y ese toque personal de fascinación por la violencia masculina que hemos visto prácticamente en toda su obra.
Sus fallos y convencionalismos no la hacen menos entretenida ni evitan que funcione bien como película de boxeo con escenas conseguidas y ciertas virtudes dramáticas. Sin embargo estamos en un momento en el cual el género se encuentra en plenas facultades. Con obras como las mencionadas anteriormente, y otras tales que Foxcatcher, escalofriante thriller dramático con la lucha libre olímpica de fondo, o la olvidada y fabulosa Warrior de Gavin O'Connor. La primera una película muy compleja psicológica y emocionalmente y la segunda diferente pero igualmente demoledora como drama pugilístico con hermanos enfrentados por problemas de la infancia. Estando donde está actualmente el género es muy difícil sorprenderse con un filme como Southpaw, que es más de la vieja escuela (algo anticuado) y al mismo tiempo no funciona en muchos aspectos. Sin embargo tiene una cosa que es realmente imposible no apreciar -y aplaudir-, y creo que he esperado demasiado para decirla, su nombre es Jake Gyllenhaal. Este increíble y camaleónico actor se convierte en esta ocasión en un irascible toro salvaje salido de la cocina del infierno y hecho a si mismo. Su interpretación es lo que sostiene la película en todo momento y la coloca en una liga totalmente diferente. Gyllenhaal juega con los pesos pesados y sale victorioso con un impactante tour de force que vale por si solo el precio de una entrada.
Por lo tanto Southpaw no es una película ganadora en el significado textual de la palabra. Es una película que hubiera funcionado mejor en otro tiempo anterior, más primitivo, donde la sangre importaba más que la propia historia, donde el guerrero atormentado en busca de redención no debía ser más que eso, donde el género no estaba en un momento tan ideal. En ella encontramos uno de los últimos trabajos del prematuramente fallecido compositor James Horner (al cual se dedica el apropiado homenaje final en los créditos finales) y un elenco de actores en plena forma. Una vez más volvemos a Gyllenhaal, porque si hay una sola razón para ver esta película den por seguro que es este chico. Preparen sus mandíbulas para que les deje K.O.
Alejandro Arranz
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