-Una posesión tonta y soporífera, era difícil imaginar un spin-off menos interesante.
-No les hará recobrar su fe en el género pero tal vez sí en las aspirinas.
Las películas de The Conjuring ayudaron a otorgarle a James Wan la categoría popular de maestro del terror. Su renovación del género supuso una bocanada de aire fresco para todos aquellos que llevaban tiempo viéndolo de capa caída, soportando la incesante repetición de historias manidas repletas de lugares comunes como excusa para encadenar una serie de exasperantes y perezosos “jumpscares”. Los guiones no ofrecían nada auténtico ni mucho menos novedoso y no había artesanía, creatividad ni hermosura en las imágenes que pasaban ante nuestros ojos. Wan no rompió el molde, simplemente cogió los elementos conocidos y los combinó con una destreza que, por primera vez en mucho tiempo, nos recordó como era asustarse de verdad. El éxito de los expedientes del matrimonio Warren desembocó en la ramificación hacia otras historias demoníacas que han ido construyendo una suerte de universo del terror, lejos del malogrado intento de Universal por crear el suyo. Aquí tenemos el último spin-off que se añade al canon, con guion de Gary Dauberman (responsable de ambas entregas de Annabelle) y James Wan, y la dirección de Corin Hardy, que hasta ahora solo había realizado su ópera prima, The Hallow. Veamos como le queda el hábito a esta monja.
Es una de las películas de terror más necias e insustanciales que he visto en los últimos años. El propósito de su director parece simplemente ofrecer una sucesión de sustos tan previsible como carente de gusto. En 96 minutos hay solo dos secuencias que sean capaces de sorprender al espectador, el prólogo y la bien resuelta escena de las campanas; el resto del metraje se conforma con refugiarse en el golpe de sonido y fotocopiar con descaro los ademanes de la franquicia hasta que los hilos se transparenten. Se echa de menos la pericia de Wan para la delimitación del encuadre, su talento con los movimientos y la colocación de la cámara, su pulso para la atmósfera y la inteligencia con la que trata al espectador. Pero lo que más se echa en falta es una historia. Porque aunque pueda sonar extraño La monja no tiene ningún tipo de desarrollo argumental, no digamos ya un sentido de la narración o algún personaje que pueda llegar al menos a la bidimensionalidad. No se entiende que Wan haya colaborado en la escritura de un guion tan plano y descuidado, del cual no irrita tanto su adoración por el absurdo o su burda retahíla de tópicos como la indolencia con la que ni se molesta en explicar qué es y qué quiere este omnipresente demonio que nos lleva persiguiendo desde el inicio de la franquicia. Como si sus cándidos sustos pudieran reemplazar a esas respuestas.
Aunque es una propuesta que encontrará su público, no hallarán aquí nada de lo que nos sedujo en las películas de The Conjuring. Por el contrario La monja revela en cierto modo el agotamiento del modelo concebido por Wan para la franquicia y la necesidad de cambiar dicha fórmula. Sin historia ni personajes tridimensionales, sin drama ni terror, sin capacidad para llevarnos a lugares nuevos o explotar con alguna inventiva los conocidos, la película se convierte en un lóbrego somnífero. El verdadero novicio de esta trama es el propio Corin Hardy, que quizás debería plantearse si tomar los votos como cineasta o si estaría mejor cultivando tomates. Fíjense, ahí tienen un conflicto que le habría venido bien a una película tan aburrida.
Alejandro Arranz
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