Si me dijeran que me iba a divertir tanto con esta sangrienta farsa no me lo habría creído ni por asomo. Todo un acierto de Grand Guignol en clave de survival matrimonial pasado por el filtro de la comedia negra y que se permite tanto homenajes al slasher de antaño como una ligera capa de sátira hacia la clase alta y las instituciones anticuadas. Los directores Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, que vuelven a colaborar tras aquel aburrido exorcismo de metraje encontrado que fue Devil's Due (2014), ofrecen una premisa rocambolesca y tontorrona que no se avergüenza de si misma ni se complica con innecesarias pretensiones, permitiendo que el divertimento pase por encima de todo lo demás (chúpate esa, empoderamiento femenino). Es hora de jugar.
La comedia de terror es un género maravilloso, y quizás no todo lo bien explotado que se merece. Muchos títulos fracasan en su intento de remozar lo ya visto, otros se exceden con la nostalgia, algunos no pillan el tono correcto y también están aquellos que directamente no hacen ni puñetera gracia. Pero esta vez tenemos una propuesta bien equilibrada. Un guateque sencillo pero efervescente que atrapa en primer lugar por su contagioso entusiasmo. Desde el primer momento los directores mantienen una atmósfera tensa pero juguetona, que se inclina más hacia la comedia maliciosa que hacia su faceta más oscura, demasiado desaprovechada. La sobria y elegante propuesta visual es acompañada por un impecable sentido del ritmo que avanza a golpe de slapstick -gore- mientras la heroína intenta zafarse de sus terribles suegros en una noche donde la violencia se abre paso al mismo tiempo que el vestido de la novia se resquebraja y se tiñe de sangre coagulada. Samara Weaving, que hizo su entrada en el género con Ash vs Evil Dead y nos sorprendió a muchos en The Babysitter, se confirma aquí como una de las mejores actrices de la comedia de terror reciente, entre Scream Queen y Femme fatale.
Ready or Not nunca profundiza demasiado en los interesantes elementos de su locura ni finge hacerlo, pero disfruta ofreciendo una serie de catástrofes tan previsible como divertida, formulando un cóctel estimulante con alguna que otra sorpresa dramática en el último tercio. Es algo así como la hermana menor -y rubia- de “Get Out”, menos interesada en profundizar en el contenido y más en la forma de desatar el caos por puro placer. Y qué vas a echarle en cara, si es escandalosamente divertida.
Alejandro Arranz
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