lunes, 17 de abril de 2017

Crítica de “Fast & Furious 8”

-El trailer resume los pocos puntos convincentes de la película sin intoxicarnos con esa chorrada de argumento y demás balbuceos rancios del guion de Chris Morgan.

-Las escenas de acción no tienen ingenio, las actuaciones son terribles, las líneas de diálogo no entran ni en la serie B y ni siquiera es capaz de suspender nuestra incredulidad.

Creo que es la primera película numerada con un 8 de la que hago una crítica. Tenía fe en que algo me llevara a entender la razón de hacer tres películas más de esta saga a pesar del estupendo cierre que James Wan le dio a la franquicia en la séptima. Quería refugiarme en Dwayne Johnson desviando un torpedo soviético y cosas de ese tipo; pero no ha sido posible. La entrada de F. Gary Gray (The Italian Job) no me pareció una mala decisión y todo parecía apuntar a que esta octava entrega seguiría eso de la “desmesura sin reglas” que ha ido adoptando la saga poco a poco hasta que sus héroes han entrado a jugar en la liga de los James Bond, los Ethan Hunt, los mercenarios de Stallone y hasta los Vengadores de la Marvel. Porque éstos fenómenos de las carreras callejeras pueden literalmente con cualquier amenaza planetaria. El nuevo rumbo no convence a aquellos fans que buscan las carreras callejeras y el “tunning” de antaño, pero las cifras indican que convence a mucha otra gente. Personalmente he ido apreciando más la saga con el paso del tiempo, por algo la séptima entrega me parece la mejor y más entretenida con diferencia, ya que juega con sus propias reglas y gana. La octava parecía ir en la misma dirección, pero se han cometido dos errores imperdonables. Primero, ponerle óxido nitroso a un vehículo oxidado y hueco; segundo, correr una carrera contra sus valores y su propia leyenda.

Las primeras escenas de la película quieren darle un regalo a los que echan de menos las carreras de coches sin tiroteos y la ramplona testosterona. Mientras ese segmento del público sentía nostalgia yo contaba los minutos para que cesaran los diálogos y The Rock cogiera el puñetero torpedo o que Roman (Tyrese Gibson) siguiera involucionando hasta convertirse en Ralph de Los Simpson. Pero mucho antes de ofrecer las únicas escenas de acción competentes de la película, en el último tramo, Chris Morgan y Gary Scott Thompson nos desvelan el giro de guion por el que existe esta película, un insulto a la inteligencia del espectador, al respeto por la familia fast e incluso a la típica palomita incomestible destinada a cascarte el tercer empaste que te hiciste la semana pasada. Está uno tan acostumbrado a echarse las manos a la cabeza con cada valiente despropósito de estas películas, que cuando te cuentan esta excusa argumental no sabes si pensar que es un chiste, un sueño de Tom Cruise o alguna conspiración relacionada con clones amantes de las analogías de animales.

Pensemos como Universal. Fallece el protagonista de nuestras exitosas películas, le despedimos con una cinta que concluye de forma digna nuestra franquicia y a pesar de todo eso decidimos volver a encender el motor para seguir embolsando millones. Lo menos que podríamos hacer es no regresar con una trama que ofendería a los telefilmes más baratos de Antena 3 y que avanza a través de insulsas “set pieces”, infumables chascarrillos, un par de autocomplacientes referencias al personaje de Paul Walker y el rechazo de los códigos fundamentales de la saga. El tema de la familia siempre ha sido el núcleo de F&F, aquí cada vez que alguien lo menciona suena vacío y traicionero. No es de extrañar, pues a la innecesariedad del filme se le suma la falta de alma de un producto, en el peor de los sentidos de la palabra, cuyo mensaje de la fraternidad es francamente un horror. En cuanto al reparto, fatal. Todos están caricaturizados en exceso y el dúo Statham-Johnson no es para tanto, comparten un par de escenas de choque de carismas pero les falta protagonismo y algo más que una constante repetición de insultos no demasiado inspirados. Lo más salvable son los cameos de Kurt Russell y Helen Mirren, y Theron, que funciona bien como villana a pesar de lo desdibujado del personaje. También se libran de la quema unos 20 minutos finales de puro estropicio surrealista y chabacano. Una pena que antes de eso se hayan tenido que derruir raíces, cimientos y valores que ningún fan debiera perdonar.

Fast 8 es como las balas de goma que le disparan a Dwayne Johnson en la escena de la prisión. Hace ruido y está hueca, aunque también molesta bastante e incluso puede causar víctimas. No es tan mala como Tokyo Drift, que era insultante para la dignidad humana en cada fotograma, pero está claro que la saga debe darles un descanso indefinido a sus argonautas motorizados. Algo que no ocurrirá, porque el cinismo y la vacuidad si van acompañados de un gigantesco submarino nuclear, baten récords en taquilla.


Alejandro Arranz

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