-Mitad terror de serie B sobre asesinos en serie y mitad ciencia ficción filosófica. Scott tiene demasiado miedo a arriesgarse de verdad, pero su talento es inconstestable.
-Aunque intentan -sin éxito- que la correcta Katherine Waterston sea la nueva Sigourney Weaver, es Fassbender el que se hace con la función desde el primer minuto en pantalla.
Me considero un gran defensor de Ridley Scott. Creo que después de sus obras maestras aún creó cine brillante. Aquella tragicomedia negrísima protagonizada por Nicolas Cage (Matchstick Men), la epopeya criminal que enfrentó a Denzel Washington con Russell Crowe (American Gangster) o la incomprendida The Counselor, que tenía uno de los mejores guiones con los que jamás ha trabajado Scott. Pero reconozco que este cineasta ha pasado a la historia por sus tres primeras películas, en especial por Alien y Blade Runner. Dos cintas que me marcaron como amante de la ciencia ficción. De Alien vi una secuela muy interesante, entretenida y anabolizada de James Cameron, un fracaso curioso de David Fincher y una desastrosa juerga con vacuas pretensiones dirigida por Jean-Pierre Jeunet y escrita por Joss Whedon. Pero nunca esperé que el propio Scott recuperara su universo para hacer algo como Prometheus, un proyecto de inmenso interés que no salió tan redondo como debía. No obstante, también reivindico esa obra de Scott, pues pese a que los elementos más básicos del guion fallaban estrepitosamente, también se formulaban preguntas fascinantes, aún más intrigantes al presuponer imposible una respuesta para ellas. La secuela de aquella película, razón por la que escribo estas líneas, cambió de título para añadir el famoso Alien. Scott dejó de rechazar la relación con su película original y aceptó que los fans querían más Xenomorfos. Por esa razón con la ayuda de los guionistas John Logan y Dante Harper, ha vuelto a un territorio conocido para comenzar una nueva serie de películas que nos dejen dónde comenzó todo, junto a la Teniente Ellen Ripley; pero con más respuestas que preguntas, a priori. Veamos como le ha salido la jugada al tito Scott.
El prólogo entre Weyland y David es excelente. Enfoca el punto concreto que la historia va a desarrollar y traza los conceptos principales que manejará. Después de eso y las famosas letras en el espacio, entra en escena la Covenant, una nueva nave con una nueva tripulación. Se hace muy necesario ver los dos cortometrajes relacionados con el filme. El primero, titulado The Crossing, conecta el final de Prometheus con Covenant. El segundo, Last Supper (dirigido por Luke Scott), es una especie de presentación de personajes que da la impresión de haber sido suprimida directamente del montaje con la intención de que la película sea más directa. No es sorprendente, pues la tripulación, el viaje y los problemas técnicos no son más que una excusa para llegar a lo principal de la película, su protagonista, David. Por esa razón no hay ninguna molestía en desarrollar al resto de personajes, ya que el carisma de los intérpretes resulta suficiente para una tripulación al servicio de un guion al que solo le interesan como comida para Xenomorfos. Sin embargo Scott se toma su tiempo para llegar al planeta, avanzando con un ritmo calculado a la perfección; e incluso permitiéndonos una infeliz convicción de que algún secundario tenga más importancia o capacidad de supervivencia de lo esperado. Una vez allí el silencio nos mantiene en alerta mientras la música de Jed Kurzel nos inquieta con esas piezas casi ambientales y la impecable ayuda de los leitmotivs originales. Pero todo amenaza con irse al garete cuando los personajes comienzan un descenso al abismo de la estupidez que hace olvidar a aquel inteligente científico de Prometheus.
También flaquea, de un modo más definitivo, en la posterior explosión de la acción; momento en el que todo se descontrola de un modo más irrisorio que terrorífico, aunque los estallidos gore saciarán la sed de sangre de los fans. Salva del desastre la llegada de Fassbender, que se hace con la función y domina la pantalla por completo con una interpretación sensacional. Su doble personaje aporta el punto filosófico que contrasta con el resto de la propuesta, más visceral. De hecho las preguntas morales sobre la creación, la mortalidad y la vida sintética nos dejan mucho más cerca de Blade Runner que de la saga en la que nos encontramos. Tras la aparición del personaje Scott emplea la brocha gorda para conectar el filme con Prometheus. A partir de ahí la película se divide en dos, una más estomacal y otra más cerebral, representada en las ambiciones metafísicas del cineasta. El argumento, que se gesta y eclosiona en el personaje de David, choca por completo con una escenas de acción que lo obstaculizan por estar mal planificadas y peor ejecutadas. No solo por la aún extraviada atención al detalle de aquel primer Scott, sino porque todo lo potente de su puesta en escena no se encuentra en estas escenas, feos refritos de secuencias ya vistas que cruzan radicalmente la línea de la serie B (con connotaciones ampliamente negativas) hasta concluir en un espasmódico “grand guignol” con sensación de déjà vu. No importa demasiado mientras Fassbender sigue al pie del cañon, haciendo de la película todo un espectáculo y guiándonos hasta una conclusión que no por previsible pierde efectividad, y que deja un camino muy prometedor para la siguiente entrega.
Los fans que pidieron más sangre y Xenomorfos hallarán una mejora notable frente a Prometheus. Los que elogiamos aquella por sus preguntas y no por su farragosa acción, encontraremos aquí una apuesta interesante que nos lleva un poco más cerca de ciertas respuestas teológicas con Fassbender como brillante núcleo de todo. El problema principal es que ni Scott sabe qué película quiere o debe hacer. Por un lado está un remake encubierto del primer Alien en busca de agradar a los fans, quizás recuperar el resplandor de su juventud. Por otro lado está un Scott más maduro, que a sus casi 80 años sigue siendo un rey del ritmo y la atmósfera pero se plantea muchas cosas sobre la vida y sobre su obra, sobre el devenir y la génesis como destinos indivisibles. Es la zona de confort frente al territorio inexplorado, dos conceptos que no pueden convivir. Por suerte la capacidad de Scott para mantener al espectador enganchado y la interpretación de Fassbender logran que el viaje termine -o empiece- de forma más que satisfactoria. Pero para vivir otros diez años de su criatura primigenia, Scott debe tomar un par de decisiones cruciales.
Alejandro Arranz
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