miércoles, 10 de mayo de 2017

Crítica de "The Lost City of Z"

-Son 140 minutos de puro cine. Narrado y rodado con maestría, y bien interpretado.

-Demos gracias porque aún quedan directores que hagan películas como esta.

Llevo años diciendo que James Gray es ese gran director desconocido. Un autor de caligrafía y personajes clásicos (uno de los escasos herederos del clasicismo cinematográfico junto con Jeff Nichols) pero con aliento contemporáneo. Un tipo de inmenso talento visual, capaz de lo más sobrio y lo más poético, cuyos personajes viven a a través de las imágenes que él crea, en géneros que renueva gracias a sus riesgos narrativos, sus hábiles puntos de vista y una personalidad sólida que va más allá de sus refinadas influencias “coppolienses”. En esta ocasión no me voy a parar a hablar de su filmografía, algo que he hecho en artículos anteriores, pero sí diré que su nueva película es el proyecto más ambicioso que ha llevado a cabo hasta la fecha. Como no puede ser de otra manera, Gray firma el guion de esta aventura en la que nos narra la vida y hazañas del británico Percy Fawcett, perseverante militar y explorador que participó en una expedición tras otra, convencido de poder encontrar la legendaria ciudad de Z. Charlie Hunnam interpreta al personaje con elegante porte y reconocible voz grave, brindándole la necesaria complejidad pero más centrado en favorecer a la historia y al propio personaje que a si mismo como actor. El elenco lo completan: Sienna Miller, Tom Holland, Robert Pattinson, Angus Macfadyen y Bobby Smalldridge -entre otros-. Bien, veamos si en el fondo de la selva hallamos oro y conocimiento o por el contrario Gray nos lleva a perdernos en medio de los árboles.

En el punto de partida está la importancia de la sangre, la estirpe. Tema principal en la filmografía del cineasta. Fawcett busca limpiar su sangre, el nombre la familia (de nuevo, fundamental), para poder ver cumplidas sus ambiciones. La misión que le llega es inesperada, un viaje a la Amazonia para cartografiar el curso de un río y así ayudar a trazar la frontera entre Bolivia y Brasil, motivo por el que está a punto de estallar una guerra. Así da comienzo la primera expedición de Fawcett en la película, junto a un grupo de compañeros en el que destaca un irreconocible Robert Pattinson, que continúa demostrando ser un actor de evidentes recursos. Lo que lleva a Fawcett a volver a la selva ya no es el motivo inicial, el personaje desarrolla una obsesión por sus misterios, cuyo núcleo está en la búsqueda de descubrimiento y de conocimiento. La necesidad de mostrar este cambio y lograr que el personaje tenga ese arco dramático hace que Gray no se centre en una única expedición, sino que desarrolle un retrato completo de la vida de Percival a través de cuatro viajes y las circunstancias intermedias de su vida, donde todo está marcado por el abandono -y reencuentro- de su familia frente a su obsesión por hallar la ciudad perdida. El cineasta se sirve de las elipsis como una de las mayores fuerzas narrativas de la película, una decisión que confundirá a algunos espectadores que estén acostumbrados a viajes más lineales.

Acompañando al personaje nos aventuramos en un intrépido cóctel de drama humano, epopeya física y mental, supervivencia selvática, cine histórico y contoneos con el bélico (una escena de aplauso) y algunos trazos oníricos. Como aventura clásica que es, el ritmo no tiene innecesarios aspavientos, pero está claro que sus 140 minutos de metraje no seducirán a todo el mundo. En cuanto a influencias, hay mucho de John Houston en la película, rápidamente me vienen a la cabeza The Man Who Would Be King y The Treasure of the Sierra Madre, esta última una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Sin embargo Gray mantiene su estilo personal y nos hipnotiza con una puesta en escena atrevida y vigorosa, encumbrada por la fabulosa fotografía de Darius Khondji. Juntos logran transmitir el ansía de exploración y la maravilla de descubrir lo desconocido, en ese punto exacto donde el sueño inalcanzable se enfrenta al destino ineludible. Sin embargo, lo que apunta a un viaje Conradniano o Herzogniano hacia los infiernos obsesivos del personaje (el río está ahí), se aleja completamente para contarnos un drama familiar. Por eso aunque en la selva aguardan múltiples peligros, el conflicto esencial está en casa, verdadero núcleo dramático de la película. De nuevo el cineasta se mueve en el género escogido virando hacia los temas que le inquietan.

Sin duda The Lost City of Z es otro irresistible y atrevido triunfo del cineasta. Una entretenidísima película de aventuras y un drama fascinante y personal con el que regresa felizmente clásico pero manteniendo su voz y capacidad de observación modernas. La filmografía de Gray sigue construyéndose con cohesión, coherencia interna y un significado completo. Su nueva y ambiciosa película no es la mejor que ha hecho hasta el momento (esa es Two Lovers), pero es un logro cautivador y lo mejor que he visto en 2017 a día de hoy. Al final, con ese milagroso plano, su última obra cobra un sentido de verosimilitud actual, elegante clasicismo y brillante contemporaneidad artística, tan claro, que nace para el espectador la necesidad obsesiva de volver a esa selva. Bravo, señor Gray.


Alejandro Arranz

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