-Ritchie va un paso más allá en su rompedora modernidad realizando una película tan desechable que ha sido capaz de arrancar cualquier rastro de épica o interés de la leyenda artúrica.
-Puestos a quemar 160 millones podían haber contratado a un equipo de animadores profesionales. Para no dar semejante vergüenza ajena.
Había leído algo sobre un proyecto en desarrollo relacionado con una pentalogía de películas del Rey Arturo. Cinco películas dirigidas por Guy Ritchie y protagonizadas por Charlie Hunnam que desarrollarían una vez más la multireversionada leyenda artúrica. En los últimos años todos los intentos de hacer una buena película centrada en Arturo han fracasado, de hecho hace unos días volvieron a emitir en televisión esa especie de copia barata de Gladiator que hizo Antoine Fuqua. Este nuevo proyecto de Warner tampoco ofrecía toda la seguridad del mundo, directamente porque Guy Ritchie es un señor muy suyo y el primer trailer de esta primera entrega era el videoclip más avergonzante que uno podía llegar a esperar. Finalmente la crítica internacional se ha cebado con la película del británico y el público ha permitido que sea uno de los fracasos más estrepitosos del verano. Su presupuesto de 160 millones le ha salido muy caro a Warner hasta el punto de que se ve muy negro el futuro de las secuelas. Sea como fuere, ahora toca hablar de la película en cartelera. Una espada en una piedra, un rey loco en el trono y una torre en construcción; de momento se parece a la leyenda artúrica.
Deja de hacerlo a poco que uno se acerque a mirar, incluso si la observación es más o menos pobre. Es una de las peores películas de caballeros y una de las peores versiones sobre Arturo que he visto en tiempo. En algunos momentos da gusto ver como Ritchie se acerca a Camelot y a los personajes como si no hubiera salido de los barrios bajos de Londres. Sin embargo todo lo que podría ser interesante queda lapidado bajo el ruido y la furia, bajo las capas de infame -y grueso- CGI, bajo una incompetente narración y una mezcla de tonos del todo inaceptable. Tras una introducción en la que ya prima la exageración y las imágenes generadas por ordenador a brochetazos, llegamos a un desarrollo de la infancia de Arturo que a Ritchie le parece correcto, puede que incluso provocativo, mostrar a modo de videoclip. Aunque cuando el crío rubio llega a parecerse a Charlie Hunnam el montaje deja de centellear por unos instantes, debemos hacernos a la idea de que el filme no va a abandonar sus rasgos de videoclip-videojuego.
Un videojuego más cercano al cine de superhéroes que a la la leyenda artúrica, que da la impresión de ser una versión esquizofrénica de un Robin Hood karateka rodeado de chutes de fantasía digital y que ni siquiera nos ofrece una puñetera coreografía de pelea -a la vieja usanza- con Excalibur. Pues cada vez que “Art” (Hunnam) coge su espada, el tiempo se detiene y él simplemente se dedica a batear para derrocar ejércitos enteros de un solo golpe; eso sí, bajo una fea y deslavazada puesta en escena saturada de lamentable CGI. Pero lo verdaderamente cómico de todo el asunto es que Ritchie lo apueste todo a ese genérico apartado formal y deje a un lado antiguallas tales que el argumento o el desarrollo de personajes. Por tanto se nos presenta una historia llena de problemas y anacronismos, un guion plano, indolente e incoherente y una de las narraciones más deficientes a soportar en este 2017. Aún así Hunnam puede alegrarse de haber elegido este despropósito antes que la adaptación de eso que “escribió” E.L. James.
Nunca había notado el ego tan desmesurado de Guy Ritchie, que hasta ahora siempre me había logrado vender su estilo sobrecargado. Aquí el cineasta se gusta tantísimo y se cree tan moderno que es incapaz de ver lo horrendo que es su trabajo tras las cámaras, lo infame que es el montaje, lo insulso que es el guion y lo tediosa que es en general toda esa mezcolanza de géneros y florituras mal ensambladas. Esta nueva versión de la historia de Arturo Pendragon tiene muy poco que ofrecer aparte del carisma tonto de un reparto sin nada con lo que trabajar. Esta vulgar leyenda de la espada demuestra que desde que el CGI inunda Hollywood la magia ha desaparecido.
Alejandro Arranz
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