-Nolan nos brinda el mejor argumento posible. Ver “Dunkirk” en tu casa es una blasfemia.
-Busque el cine con la pantalla más grande y el mejor equipo de sonido de su país, va a experimentar algo increíble. La sordera desaparecerá, pero el recuerdo permanecerá ahí.
Es la segunda vez que me pongo a escribir estas líneas. En la primera ocasión comenzaban narrando mi vuelta al pie del cañón tras unas merecidas vacaciones. No obstante parece que no estaba listo para volver a dicho pie. Ahora ya sí, tras un par de semanas extra de problemas con los ordenadores dignas de ser escritas y vendidas a James Cameron para que continúe la saga Terminator, al fin puedo acabar lo que empecé el 21 de Julio. Aunque recientemente he pasado por el cine a visionar Spiderman Homecoming y Atomic Blonde, sin duda parece ideal que mi primer artículo post-vacacional sea sobre la película de la que todo el mundo lleva meses hablando, el último trabajo de Christopher Nolan, Dunkirk. Por desgracia, en nuestro país nos toca visionar el filme a través de copias digitales de insuficiente calidad para valorar al completo la experiencia creada por Nolan. A menos que sean de Barcelona y puedan acercarse al Phenomena Experience para disfrutar de esta obra en apabullante 70mm. No voy a extenderme mucho en las líneas posteriores pues llego extremadamente tarde a la cita y ya está casi todo más que dicho en este último mes. Más vale tarde que nunca, así que allá voy.
El punto de partida es claro, Dunkirk es una historia de supervivencia casi muda que narra unos hechos históricos tan fascinantes como sorprendentemente poco conocidos. Nolan nos muestra lo acontecido paralelamente en tres frentes (tierra, mar y aire) gracias a una arriesgada estructura narrativa cuyo mayor aliado es el hábil montaje, que deja el metraje en unos sólidos -casi inexpugnables- 107 minutos. El cineasta ha roto algunas de sus claves (verborrea intelectualoide, duración, etc) para entregar la que para muchos ya es su mejor película, además de la mejor del año. Sin embargo sus señas de identidad están por toda la cinta, ya sea en la forma de narrar, en esos parpadeos de vanidad o en el hecho de que no estemos ante una propuesta de cine bélico sino ante un asfixiante thriller psicológico que pretende sofocar al espectador colocándole en vanguardia ante un enemigo invisible e invencible.
Pero quizás todavía está en el aire la pregunta respecto a lo que es Dunkirk. Para un servidor está claro: un espectáculo cinematográfico como no hemos visto uno en muchísimo tiempo. No la obra maestra de Nolan ni tampoco una película a prueba de balas. Es un destello de cine tan puro, atronador y sensorial que se queda uno sin uñas de tanto mordérselas; y posiblemente un paso más allá en ese logro de aunar el espíritu comercial con un reconocible carácter autoral, algo en lo que Nolan es el maestro. Por último, es un argumento difícil de refutar. Pues mientras aún se debate sobre las declaraciones recientes del director británico, en las que indicaba que sus películas están hechas únicamente para ver en el cine y no en el sofá de casa; Nolan ha decidido ganar la discusión con su nuevo trabajo. Lo ha conseguido; experimentar Dunkirk en cualquier lugar que no sea una sala de cine va en contra de los mismísimos dioses del séptimo arte. Porque de esta película uno debe salir con jaqueca y sudado hasta las rodillas. Algo que no resulta difícil ya desde una primera secuencia destinada a pasar a la historia del género. Y la primera bala que se escucha en la sala va directa al corazón y sube la tensión a niveles peligrosos. Algo que debe agradecerse a un trabajo de sonido que no debe estar muy alejado de lo que debió significar aquel de Saving Private Ryan hace casi 20 años. A partir de ahí se desarrolla una historia sencilla dentro de una película compleja, con valientes determinaciones, fascinantes conclusiones y brillantes resonancias. Una pieza de orfebrería técnicamente irreprochable desde la fotografía de Van Hoytema y el milimétrico montaje hasta ese maníaco nivel de detallismo.
Por encima de todo eso está el trabajo de Zimmer. No en calidad, que la hay, sino en notoriedad. Sin duda el que escribe estas líneas habría preferido una composición menos incesante y tramposa. Algo más auténtico y ambiental que ese “in crescendo” constante que nos ataca sin darnos un segundo de descanso (lo que no está mal) sobreponiéndose a las imágenes de Nolan e impidiendo calificar y apreciar de una forma íntegra y natural su capacidad expositiva, descriptiva y simbólica (lo que sí está mal). Por tanto el trabajo de Zimmer no funciona únicamente como herramienta fundamental para la creación y el mantenimiento de la tensión, también se convierte en uno de los problemas más importantes de la cinta. Los otros: el guion y la fría tenuidad que desprende. El primero no es malo en absoluto, pero le aquejan algunos fallos de coherencia, un inexistente desarrollo de personajes que molestará a cierto público y ésto sí, la incapacidad de llevar sus temas y mensaje por encima de la condición de espectáculo, lo que enlaza directamente con ese problema de temperatura al que llegamos ahora. Y es que este Nolan tan maquiavélico (más minucioso pero aún menos humano) se ha olvidado de imprimirle sentimiento a su película, la cual se desarrolla de un modo distante respecto al espectador. Un obstáculo insalvable moderado de forma insuficiente por las interpretaciones de un reparto tan sólido como todo lo demás, donde frente a la competencia de Murphy y el sorprendente trabajo de Hardy domina un Mark Rylance que se hace con la función con la elegancia y la sutileza que le definen como intérprete.
Al final ésta es una experiencia demoledora, asfixiante y poderosamente cinematográfica que me deja impresionado, magullado e incluso algo derrotado. El problema es que el filme me provoca más frío que calor. Nolan, más cerca de Kubrick que nunca, ha planeado al milímetro cada engranaje de la ecuación, cada plano y cada giro; y si bien ha captado el terror de la guerra y ha construido una fascinante alegoría de nuestro presente, también se ha olvidado de un par de claves importantes a la hora de realizar una película. Dunkirk me ataca a los nervios y me revoluciona las pulsaciones, pero no hay nada más allá de su impecable forma y su poderoso ritmo que haga de ella una gran película y no solo una experiencia avasalladora controlada por la mano de hierro de un tipo brillante. Al final Nolan tiene toda la razón del mundo, su película no tiene nada que merezca la pena revisionar en el sofá de mi casa.
Alejandro Arranz
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