-El director simplifica los elementos de su documento cinematográfico hasta dejar lo más básico. La unidimensionalidad del discurso es digna de un necio irresponsable.
-Cuando Lee se deja llevar por la comedia la película vuelta muy alto, porque es divertida, ingeniosa y deliciosamente negra.
Estamos en los 70, Nixon es presidente, las revueltas en las calles y la violencia policial contextualizan una encarnizada lucha por los derechos civiles. El joven Ron Stallworth se convierte en el primer detective negro del departamento de policía de Colorado Springs, y al poco de empezar decide infiltrarse en el Ku Klux Klan. El argumento no tiene desperdicio, en especial porque está basado en la historia real de Stallworth, que mantuvo contacto telefónico con la organización y con la ayuda de un compañero caucásico, que le sustituyó en los encuentros reales, elaboró una operación para revelar las actividades del clan mientras subía en su organigrama. Jordan Peele y Spike Lee nos acercan esta increíble historia en el momento más necesario, cuando la lucha por el progreso en Estados Unidos ha dado dos pasos atrás.
La nueva diatriba de Spike Lee da comienzo con un falso vídeo propagandístico del Klan protagonizado por Alec Baldwin, nuestro imitador favorito de Trump. Esa escena irremediablemente cómica se sumerge en uno de los gérmenes culturales del racismo americano: El nacimiento de una nación. El filme de D.W. Griffith, considerado origen del lenguaje cinematográfico clásico (sentó las bases del montaje, la narración y la puesta en escena), también es señalado por muchos como el inicio del miedo al hombre negro por parte de la población blanca, su demonización; algo que ya nos contó Ava DuVernay en I Am Not Your Negro. Lee le da una jocosa vuelta de tuerca al asunto (su película es contracara de la moneda de lo formulado por aquel cine clásico) con un cine de denuncia que abraza la comedia disparatada para afrontar el conflicto racial de un modo más accesible para el público, mucho más dispuesto a entrar en esta historia sobre el odio y su relación con la cultura, la resistencia pacífica frente a la acción armada y la crónica de una América que vuelve a caer en sus mismos errores.
Para facilitar el componente satírico se adelantan los hechos a principios de los años 70, haciéndolos coincidir con la segunda candidatura de Nixon, el único presidente en ser manifiestamente apoyado por el Klan hasta la llegada del actual “motherfucker”, como diría el cineasta de Georgia. A partir de ahí la historia se desarrolla saltando entre géneros con la comedia negra como bisagra, y consigue que nos riamos a carcajadas de cosas tristes y bochornosas que están resurgiendo en una comunidad cansada de la injusticia. En medio de todo ese irregular conjunto de aspiraciones y registros, la película deja algo de tiempo para introducir un colorido retrato de la cultura afroamericana (O.J. Simpson, Soul Train, el blaxploitation, etc) y una trama romántica mucho menos interesante. Sin embargo uno de los mayores inconvenientes viene precisamente de la notoria irregularidad de la propuesta, inconexa en su amplia gama de tonos y géneros, proclive al volantazo desacertado e indecisa entre el enfurecido realismo de sus vociferantes sermones y el caricaturesco maniqueísmo con el que trata a casi todos los personajes, un ejemplo más del simplismo panfletario de un cineasta empeñado en aleccionar por medio de la brocha gorda y por encima de su propio cine.
Al final, a través de unas imágenes televisivas de lacerante realismo, el mensaje se queda grabado con fuerza en la retina del espectador. Sin embargo, el golpe de gracia de Spike Lee no impide que su última cruzada sea una considerable decepción. No hay mucho que hacer con el deshilvanado guion, la incompatibilidad de sus drásticos cambios de tono, la irritante verborrea aleccionadora del cineasta y su inevitable tendencia al subrayado efectista que debilita su cine llevándolo a las formas más burdas (esa acromática e invertida imagen final). El experimento es sin duda entretenido y perspicaz, pero demasiado inflexible, manipulador y cien veces menos firme y provocativo que aquella inadvertida Chi-raq, una rabiosa y extravagante sátira que sí tenía el poder de cambiar las cosas.
Alejandro Arranz
No hay comentarios :
Publicar un comentario