Es un poco tarde quizás para hablar de las señas de identidad del cine de Wim Wenders, director nacido del inconformista nuevo cine alemán pero fascinado por la cultura americana e influenciado por el autor austriaco Peter Handke y por cineastas tan dispares como: Michelangelo Antonioni, Nicholas Ray, Yasujiro Ozu y John Cassavetes -entre otros-. En sus películas lo más importante siempre son el viaje y la búsqueda. Un cine, digamos, de esencia pura.
Todo esto es muy importante si nos predisponemos a analizar Alicia en las ciudades introduciendo una comparación de herramientas narrativas y visuales usadas por Wenders frente a las utilizadas en el “Método de Representación Institucional” (MRI). A apuntar, que Alicia en las ciudades es la primera parte de la trilogía sobre “Road Movies” que Wenders culminaría con En el curso del tiempo y Falso movimiento, ambas protagonizadas también por Rüdiger Vogler.
El filme está rodado en 16 mm y con una excelente fotografía en blanco y negro, obra de Robby Müller (París, Texas). Esta decisión estética dio como resultado una imagen con grano y falta de limpieza que deviene perfecta para hacernos sentir ese vacío y desesperanza que parecen consumir al protagonista, Phillip.
Phil es un personaje errante, varado, melancólico, un periodista alienado que no encuentra ni una pizca de realidad en su viaje a América para un artículo. Su cámara no capta lo que ven sus ojos y no tiene ninguna historia que contar. Phil sigue hacia delante, kilómetros y kilómetros de radio repetitiva, inhumana televisión y carreteras idénticas, mientras su mente y su alma permanecen en un limbo, en un momento de incertidumbre y apatía. Todo es gris y desolado en su periplo vital y es incapaz de ver la realidad, de interpretar el sentido de su desorientado deambular existencial. Al no encontrar una historia, decide volver a Alemania y un revés del azar introduce en su vida una anomalía que rompe con su rutina, que parece corromper o contaminar su “vida” cuando realmente le va a devolver su humanidad. Esa es Alicia, una niña que por otro revés del azar se verá abandonada por su madre en su vuelta a Alemania (excelente metáfora la puerta giratoria en la que ambos se encuentran por primera vez).
Así es como dos almas perdidas en medio de ninguna parte inician un viaje, una huida hacia adelante, hacia quién sabe dónde, anhelantes de una pieza en su interior que ni siquiera conocen. Reflejos inesperados la una de la otra.
La narración es intima, basada en detalles y gestos que construyen esa amistad (con cierta inclinación paterno-filial) desde una sorprendente gelidez que se aleja completamente del modelo clásico y del cine comercial actual en el que -por desgracia- ha caído Wenders. No se acentúan ni se intensifican los momentos dramáticos, ni la dirección ni las relaciones entre planos intentan forzar la reacción emocional del espectador. La película deja ese margen de seguridad permanente, convencida de que sus personajes y su historia pueden conmovernos sin forzar a ello. La dirección del alemán es delicada y concisa en todos los sentidos. La música, los lugares, los personajes, los gestos y movimientos de estos cobran mas fuerza que nunca, pues la cinta está enteramente construida sobre esas dos almas solitarias cuyo viaje les cambiará.
El otro personaje principal es el paisaje, el ambiente, el espacio y los tránsitos de los personajes en el mismo. Esos largos planos de los campos y sus gentes tranquilas en contraste radical con la ciudad, masificada, agresiva y totalmente vacía en el fondo. También el modo en que ese espacio varía mostrándonos los sentimientos de los personajes y haciéndonos participes de su punto de vista, compartiéndolo y comprendiéndolo. Todo ello mediante la elección de planos subjetivos -y falsos subjetivos- que nos muestran también como ven ese paisaje que les rodea y el camino que recorren y dejan atrás. Un viaje a la inversa, desde el “desarrollo” de las ciudades hasta ese pequeño pueblo a las orillas del Rin que no constituye sino los orígenes.
En un principio vemos al protagonista observando la falsedad y vacuidad de sus fotos en la playa, para más tarde ver las fotos que se toma con la niña en el fotomatón, un instante conmovedor y enormemente significativo que marca la unión de esas dos almas perdidas que llegarán a comprender, en esa aventura, que se necesitan el uno al otro.
Una de las escenas más significativas es la conversación en el hotel entre Phillip y su “amiga consoladora”. Descripción compleja y concisa del personaje, de sus sentimientos. Indispensable para explicar que el ser necesario para alguien más tarde hará que Phillip se recupere de su letárgico estado inicial. También es un punto interesante de análisis, el hecho de que Phil no saque ninguna fotografía en el viaje hasta el final. No siente la necesidad de hacerlo, la única que tiene es la que le ha dado Alicia en la que aparece la casa de sus abuelos, y menuda la importancia del momento en el que llegan a esa casa, en el que Phil remite a la fotografía de la niña y comprueba por primera vez que en esta ocasión sí, esa imagen se corresponde con la realidad. Y frente a la falsedad de las fotografías estará la de la propia vida real, pues los abuelos de Alicia no viven ya allí. Pero esa fotografía siempre mantendrá esa esencia de lo que una vez fue real.
Esto tiene casi tanto significado como esa otra instantánea que Alicia le hace a Phillip, en la que ambos rostros (Phillip y la niña) se superponen. Qué interesante que el camino sin rumbo en busca del destino de la niña, acabe siendo la dirección que buscaba Phillip en su apática existencia y búsqueda de una historia, de una realidad y un significado. Ese Phillip que descubre su camino como si viera a través de la mirada pura y asombrada de un niño. Finalmente ambos personajes disfrutan del que probablemente sea su último momento de libertad juntos, en ese tren, sacando la cabeza por la ventanilla y con el aire agitando sus cabellos al viento. Ahí sí que está claro, Phil ya tiene su artículo.
Volvemos de nuevo a Wenders como cineasta del nuevo cine alemán claramente influido por el independiente americano. Su cine muestra esa especie de estilo documental parecido al del naturalismo francés, para tratar la incomunicación humana, los conflictos personales/familiares y los viajes iniciáticos para conocerse a uno mismo; temas que tiene en común con su coetáneo, Jim Jarmusch. Mientras en el cine clásico lo más importante era estructurar una narración sólida, coherente y sin fisuras, el filme de Wenders le da mayor importancia a la transmisión emocional, al mensaje, la radiografía de ambientes y personajes, etc. La narración sigue a los personajes poniéndolos por encima de la propia historia, al igual que hace con el discurso.
Por otro lado, en las películas del MRI el desenlace se cerraba, casi siempre con una coda que presenta la situación final de los personajes tras el clímax. En Alicia en las ciudades no hay ese tipo de final. Se puede interpretar, deducir pero sin asegurar lo que va a ocurrir. Wenders nos aleja de esos personajes, de ese tren, en un momento en el que aún les queda mucho camino por delante.
Precisamente otro punto a diferenciar son los propios personajes. El cine clásico tiene a su personaje Aristotélico, que se manifiesta a través de sus acciones. Cada uno tenía sus motivaciones bien definidas y era el desarrollo de su arquetipo dentro del género. Sin embargo la densidad psicológica y emocional de los personajes de Wenders dista mucho de los del cine clásico, no son arquetipos de nada, son radiografía de un sentimiento universal, pero también son personajes increíblemente reales y complejos, se definen -como en el Modo de Representación Moderno- por un perfil psicológico.
En coincidencia con el modelo tradicional podríamos decir que la estructura se divide en tres actos y que hay un conflicto (en este caso interno) que el protagonista acaba resolviendo, aunque no existe el habitual antagonista.
En cuanto a movimientos de cámara prácticamente solo hay panorámicas de seguimiento y tampoco hay sensación de elipsis (aunque existan) algo a lo que ayuda que Wenders le dé tanta importancia incluso a los detalles más ínfimos de ese viaje, convirtiendo una vez más todo ese ambiente, ese espacio profilmico, en una suma de ideas existenciales y también en una ventana que nos habla además de todo lo que hay más allá del propio cuadro. La focalización es interna variable, obtenemos los puntos de vista y las informaciones de Alicia y Phillip, aunque estos siempre mantienen una cierta imparcialidad. Se utilizan metáforas visuales y los recursos narrativos de la repetición (para dar sentido y hacer ver aquello que cambia) y el juego de contrastes o paralelismos (visuales, conceptuales y sonoros). La fotografía y la banda sonora resultan ser dos personajes más.
Podemos concluir entonces que Wenders logró conmovernos en 1974 con una obra íntima y real, una de las mejores radiografías de la amistad y la búsqueda o el reencuentro -en el tiempo- con uno mismo; y desde luego una película muy alejada del modelo tradicional. Es dificil captar mejor los instantes, los ambientes, el fluir de los desplazamientos, la importancia de cada gesto casi inapreciable o esa sensación abrumadora de desesperanza con lo que nos rodea y el camino hacia atrás para recordar lo verdaderamente importante. Esperemos que algún día, diga lo que diga Machado, Wenders vuelva a recorrer los caminos de antaño.
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