-Jake Gyllehaal te destroza con una zurda demoledora, su interpretación es salvaje y arrolladora.
-Típico drama sobre el boxeo con trama de redención y exceso de sensiblería. Fuqua sabe como hacer que algunas escenas funcionen mejor de lo esperado.
El boxeo (pudiendo extenderse la referencia a otros deportes de combate) siempre ha sido un tema frecuente en el cine y durante los últimos años han llegado a la cartelera películas excelentes que radiografiaban este controvertido deporte así como la vida y la filosofía (entre otras cosas) de sus boxeadores. No sólo eso, el género ha sabido complementarse perfectamente con el drama desde muy atrás, brindando historias fascinantes, humanistas, redentoras, vengativas y también tratando infinidad de temas o retratando variedad de épocas y ambientes. Todo el mundo recuerda “Rocky” o “Raging Bull” (una de las películas favoritas de este crítico) pero no sólo de esos clásicos vive este género. Sería imposible no acordarse, por ejemplo, de uno de los mejores papeles del inigualable Paul Newman, que allá por 1956 interpretaba al púgil Rocky Graziano en el fascinante drama biográfico dirigido por Robert Wise, y con un fugaz cameo que supondría el debut de Steve McQueen. Y si lo que quieren son ejemplos actuales, hay a puñados. Desde las más infravaloradas como “Cinderella Man” de Ron Howard y a principios del nuevo siglo el “Ali” de Michael Mann, hasta algunas de las más reconocidas como “Million Dollar Baby”, “The Fighter” o “The Wrestler” de Darren Aronofsky. En esta ocasión ha sido Antoine Fuqua quien se decide a probar suerte en este deporte y para ello cuenta con Jake Gyllenhaal, que se sube al ring dispuesto a darlo todo en una interpretación comprometida e inflamable, una de las mejores de su sólida carrera. En su esquina encontramos también a algunos secundarios de lujo, entre los que destacan: Rachel McAdams, Naomie Harris y Forest Whitaker, que hacen un trabajo fantástico. Deben ustedes preguntarse: ¿Es esta una película ganadora?