-Don Cheadle debuta con un biopic inusual, osado y provocativo. Una lástima que la película pierda el camino que llegaba a sus interesantes metas.
-El guión ofrece algunos diálogos estupendos y Cheadle una interpretación doblemente sensacional en la piel del músico Miles Davis.
Puede sonar algo triste pero la gente conoce a Don Cheadle simplemente por “El Irlandés” y por ser maquina de guerra en el universo Marvel. No es despreciable, pero la carrera del actor tiene muchas más cosas que ofrecer que esos dos papeles. Y ahora, muy probablemente, las posibilidades para enriquecer su filmografía van a crecer de formar exponencial. Porque en su decisión de hacer un homenaje a su ídolo Miles Davis, se ha propuesto debutar como guionista y director. Cheadle concibe esta historia medio ficticia, medio real, sobre el controvertido músico; y también co-escribe el libreto de la cinta. Y por si fuera poco se pone detrás de las cámaras para dirigir, y protagoniza la cinta dando vida a Miles Davis. Pero no busca que su historia sea la de un biopic tradicional, no quiere seguir esquemas habituales ni ceñirse al camino marcado. Cheadle pone el punto de partida en uno de los momentos más inhóspitos de la vida del músico, una decisión arriesgada. Así es como la película va a dividirse en dos. Dos épocas y dos cintas de géneros diferentes para mostrarnos como era el personaje en cuestión y para de alguna manera, retratar la metamorfosis de la música y de los artistas con el paso del tiempo.
Hay que elogiar el intento de Cheadle de hacer algo diferente, y aplaudir que ese cambio más allá de conseguir que el filme destaque, funcione como representación perfecta de lo que se quiere contar. Con esas subidas y bajadas de ritmo, esos saltos temporales entre llamativas transiciones o esos drásticos cambios de género y tono que definen tan bien la turbulenta vida del artista, la antítesis entre su carrera y su vida personal, su talento y su alma en crisis, y en cierto modo también su obra. El filme de Cheadle se aleja de convenciones y parece esencia precisa de la apasionada improvisación. Y es que no hay mejor homenaje hacia Davis que el que demuestra un espíritu valiente y que rompe con cualquier fórmula básica. Aunque en su exhaustiva búsqueda de ser siempre renovadora o diferente, la película acabe por seguir en más de una ocasión el camino fácil. El Cheadle director aprueba con nota en su reproducción de dos épocas muy diferentes (los cincuenta y los setenta), y de dos Miles Davis radicalmente distintos en estilo y personalidad. También me entusiasma su película en algunas escenas en las que se habla sobre la evolución y exploración constante de la música y del artista (lo primero siempre más importante) o de los géneros como formas de encasillar o etiquetar el arte; en contraposición con la escena racial del policía u otras torpezas del guión. Una pena que los objetivos de la cinta se muevan entre sus dos tramas como una especie de teloneros, quizás con miedo a salir al escenario como la estrella principal. En cuanto a las tramas, por un lado tenemos una estridente trama criminal setentera, que se desarrolla a partir de una cinta de Miles que funciona a modo de “McGuffin”. Por el otro, una serie de visiones de Miles que se convierten en flashbacks hacia los años cincuenta y retratan la vida que tenía con su pareja -y musa-, siguiendo un esquema bastante manido. A una gran parte del público le repelerá el contraste entre las dos tramas, viendo difícil el solapamiento de la extravagancia de la primera con la densidad dramática de la segunda. Aparte toda la trama de los años setenta está imbuida por cierto juego con el “Blaxploitation” que seguramente habría divertido a Miles aunque a muchos fans les pueda parece horrible y sacrílego. Del mismo modo que a otros nos puede parecer una forma divertida, atrevida y repleta de buena música de homenajear a un ídolo que se hizo inmortal en su música, algo que el director nos hace ver con un ligero y bienvenido punto fantasmagórico. Por último hablar de interpretaciones. Cheadle hace de dos Miles diferentes en la que es sin duda alguna, la mejor interpretación de su carrera. Los secundarios no convencen tanto, ejemplo perfecto son unos desaprovechados e histriónicos Ewan McGregor y Michael Stuhlbarg.
Puede que finalmente en su caótica e irregular esencia se encuentre una alegoría fascinante de la evolución artística en la historia, y de un artista combustible siempre en búsqueda de la experimentación. Pero también parece que al final lo principal se desenfoca en exceso, que tras destruir tantas estructuras narrativas y dramáticas convencionales se encuentre desestructurada, que no hay tanto que contar y la forma excéntrica y diferente se come al contenido. Al principio del filme, Don Cheadle habla como Miles Davis diciendo que para contar una historia hay que hacerlo con algo de actitud y arrogancia. Una forma muy potente y deliciosamente arrogante de definir tu propia película. Y es ahí donde reside el encanto del filme que probablemente le habría entusiasmado al propio Davis. Una pena que la película tenga tan poca música de Davis, que cuente tan poco sobre el personaje para ser un biopic y que sus buenas ambiciones se pierdan en medio de la vorágine. Porque este es un trabajo admirable, desde luego; pero fallido.
Alejandro Arranz
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