-Aunque puede ser una película fiera y conmovedora en algunos tramos, no consigue librarse del lugar que le corresponde, el teatro. El texto es puramente teatral y la puesta en escena en plana.
-Es un trabajo admirable que no está nada bien enfocado. Se siente largo y algo fatigoso, pero los intérpretes lo sacan adelante cada vez que parece perdido.
Esta es la tercera película de Denzel Washington como director. En 2002 estrenó su ópera prima, Antwone Fisher, un sólido drama en el que ya dirigió a Viola Davis. Cinco años después llegaba a carteleras The Great Debaters, otro drama de admirables ambiciones, aunque con unos cuantos peros y dudosas decisiones, con el que optó al Globo de Oro. Ahora se mete de lleno en la carrera de los Oscar con su tercer largometraje, el cual lleva intentando sacar adelante bastante tiempo. Más concretamente desde que en 2010 protagonizara junto a Viola Davis la obra homónima ganadora del premio Pulitzer y escrita por August Wilson, que intenta mudar al medio cinematográfico en esta ocasión. De aquella, ambos actores recibieron el premio Tony por sus interpretaciones, y ahora que retoman los mismos papeles, ambos optan a alzarse con el preciado Oscar. Está claro que el filme se beneficia de que Washington se conozca la obra y a su personaje de memoria, pero incluso con esa ventaja, conseguir que la obra funcione en el cambio de medio, es una tarea harto complicada.
La famosa y densa obra de Wilson no gana nada en su paso al cine. Algunos dirán incluso que pierde fuerza y autenticidad. Washington fracasa en su trabajo tras las cámaras, sus espaldas no son capaces de aguantar el peso de la teatralidad. De este modo, la película es pura verborrea constante filmada por una cámara que tiene más bien poco que decir, que no hace buen uso de los primeros planos y rechaza aprovechar los espacios, en especial la casa de la familia, lugar donde transcurre la mayor parte de la historia y que hubiera servido a varios fines dramáticos y visuales. Los únicos momentos en los que cineasta utiliza un lenguaje acorde con el medio, son esos montajes con música mediante los cuales aborda las elipsis de tiempo destacadas en la historia. Aún así el filme se salva de ser un desastre, gracias a la calidad del texto y de las interpretaciones. Personajes repletos de aristas, contradictorios y muy bien construidos; que interpretados por este reparto se vuelven casi de carne y hueso. Por supuesto destacan Viola Davis y Denzel Washington, que mudan de piel con la facilidad que les proporciona conocer sus personajes como la palma de su mano, él ofreciendo además un imponente trabajo corporal. Por último están esos diálogos robustos y con astillas que se te clavan, y que en boca del reparto cobran una fuerza aún mayor.
No hay mucho más que decir de esta tercera película de Denzel Washington como director. Son 140 minutos cinematográficamente muy pobres. Aunque no niego la eficacia del “crescendo” o la energía de algunos elementos que ayudan a mantenerse atento, el cine debe ser fundamentalmente una narración visual. Fences se convierte aquí en algo estático, largo y sí, profundamente teatral. Como cine es un fracaso, como obra de teatro filmada, mantiene muchas virtudes de las versiones que pasaron por el escenario.
Alejandro Arranz
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