-La mejor comedia romántica de la década. Repleta de sabios consejos, tolerancia, emotividad y música de Céline Dion.
-Hacía años que una película no captaba la esencia de los mutantes de una forma tan coherente.
Después de que los superhéroes tocaran techo en cuanto a épica masiva con Infinity War era necesario un elegido que trajera un poco de humor socarrón, gloriosa trivialidad y licra roja a este género tan "intensito". El destinado a brindarnos ese equilibrio es, efectivamente, el tito Masacre (sí, sí...la onda vital de Lobezno a todo gas), también conocido como Deadpool o la copia muy sutil de Deathstroke. Por desgracia a Tim Miller lo largaron por diferencias creativas, así que quedaba poca gente con el estómago para hacerse cargo del trabajo. Al final tras las cámaras está uno de los desalmados que se cargaron al perrete de John Wick. No el que hizo la decepcionante secuela del vengador perruno sino el otro, el que repitió la fórmula cambiando a Keanu Reeves por Charlize Theron creyendo que no nos íbamos a dar cuenta. Con este panorama y con todo el mundo en Cannes disfrutando de colas eternas, malos asientos, comidas a carreras, ambarinas correcciones de color y cine con pretensiones (y yo envidiándolos), he decidido pasarme por la sala oscura y hacerle una visita al mercenario bocazas. Hola Lars; Deadpool reivindica la diversidad, Deadpool apoya el cine familiar, Deadpool mutila gente y nadie abandona la sala. Sé como Deadpool.
Ahora que Lars ya ha tomado nota de cara a su siguiente proyecto puedo seguir escribiendo para los demás lectores. Bien, el mayor problema al que se enfrentaba esta segunda parte era la pérdida del efecto sorpresa. Sin embargo ha sabido solventarlo al afrontar el aumento de expectativas de forma literal. Es decir, recoge el testigo de su predecesora, que fue un punto de inflexión para el género y para la comprensión del blockbuster en la industria, y acepta su condición de secuela más grande, más violenta, más ambiciosa y sorprendentemente más sólida. La esencia de Deadpool está intacta, pero filtrada a través de una narración efectiva con un núcleo dramático mucho más consistente. Que la impagable verborrea soez y las cuchilladas en el escroto funcionen mejor se debe a que giran alrededor de una trama más trabajada, con personajes casi dimensionales e incluso un lado tierno que funciona bastante bien. Aunque tampoco viene nada mal el talento de David Leitch para las escenas de acción. Por otro lado, el radio de su absurdez es mayor, lo que aumenta la diversión. El personaje, ya adentrado en el universo, está totalmente cómodo de cara a reírse de si mismo, del género, de la competencia y de la cultura pop.
En la primera escena Reynolds nos recuerda lo que supuso Deadpool (2016). Fue una declaración de intenciones que dejaba claro que una película sangrienta, soez, obscena y totalmente censurable era algo que podía funcionar en taquilla, algo que le diera frescura a la cartelera y al género. Aún más importante, fue la película que permitió que viéramos al auténtico Wolverine de los cómics en la pantalla de cine. Deadpool 2 no tiene ninguna repercusión. Solo es esa película en la que un niño huérfano con diabetes, un cíborg racista del futuro, un taxista indio con instintos asesinos, una afroamericana con suerte, un coloso de metal ruso que cree en las segundas oportunidades y un aguacate viejo con cáncer deciden formar una familia. Y bueno, también tiene la escena post-créditos más divertida de la historia del cine, aunque en ella, lamentablemente, no estrangulan a ningún bebé Hitler.
Alejandro Arranz
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