Entre anuncios de cerveza/lotería y olvidables regresiones hace ya demasiado tiempo que Amenábar no aterriza en las salas de cine españolas con una película que transmita verdadero interés. Es de esperar que, para muchos, sea su nuevo proyecto el que lo consiga; especialmente porque se trata del regreso del director a España, donde no rodaba desde hace 15 años, cuando realizó Mar adentro. En esta ocasión nos trae un drama histórico ambientado en el comienzo de la Guerra Civil, que traza un paralelismo entre los movimientos de Franco para hacerse con el poder y las decisiones tomadas por Miguel de Unamuno ante la sublevación nacional. El cineasta chileno-español nos transporta a la década de los 30 para ofrecer una oportuna disección de la historia pasada de nuestro país que llega dispuesta a abrir los ojos sobre nuestro convulso presente.
La decisión de Amenábar de contar esta historia resulta tan comprensible como ciertamente arriesgada, teniendo en cuenta las repercusiones de estrenar una película de estas características en el mercado actual. A los fundamentos más obvios hay que sumar las diferentes decisiones artísticas de la propuesta; comenzando por una narrativa pausada y un ritmo contenido, si bien medido, que probablemente echen para atrás al gran público. Otro tipo de espectador, que seguramente apruebe dicha mesura, rechazará casi con total seguridad la convencionalidad general de la película, tan irregular como falta de garra. Tanto el guion, desigual y carente de sorpresas, como la pulcra puesta en escena resultan tan correctos como acomodaticios, superficiales si se prefiere, y nunca se atreven a bajar al fango para abrir viejas heridas; algo indispensable aquí. El mayor problema no reside en esta condescendencia, francamente errónea, sino en la maniquea reconstrucción y reducción al ridículo que el director propone en más de una ocasión. El cineasta, que logra alejar la temida caricatura en el retrato de algunos nombres y situaciones reales, sí cae en la simplificación de los mismos, especialmente en su psicología; todo un contraste frente a la delicada sensibilidad que muestra en el trazo de otras secuencias. Hay algunas decisiones/escenas que son, como poco, difíciles de perdonar. El que no da ni un paso en falso es Karra Elejalde, con una interpretación descomunal que convierte a este raro Unamuno cinematográfico en algo vivo y genial, alzando la película por encima de su lograda ingenuidad.
Una película de luces y sombras, siempre enfrentándose (como todo hijo de español según Amenábar) entre la sutileza y la superficialidad, entre el acierto lacerante y la indolente errata, entre lo loable y una puerilidad de baratillo. Se ve sin problemas lo último de Amenábar, e incluso guarda algunos momentos muy conseguidos, y aunque su pulcritud resta más de lo que suma, debido a su incompatibilidad con esta historia pantanosa, cruenta y controvertida, nos brinda a un Karra Elejalde que arriesga con una interpretación digna de Goya, y no del pintor.
Alejandro Arranz
Karra Elejalde es un grandísimo actor, quizá algo menospreciado, pero realmente bueno. De Amenábar, la verdad no espero nada y lo digo, porque me encanta pero es de los pocos que no se encasilla con un género. Espero poder verla, aunque con los horarios que tenemos últimamente.... no se yo.
ResponderEliminarBuena crítica.
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