-Película triste, ingeniosa y profundamente emocional. Sumamente bien escrita, dirigida e interpretada. Pero me queda una espina.
-Biografía concisa y drama comprometido, la nueva película de Terence Davies es una cita obligada independientemente de si conoces al personaje o su obra. Aunque mejor si así es.
Empieza la maravillosa “Fiesta del cine” y un servidor aprovecha el descanso entre sesión y sesión para redactar estas líneas sobre la película que se ha encargado de inaugurar esta semana cinéfila. La afortunada ha sido “A Quiet Passion” (“Historia de una pasión” en nuestro país) de Terence Davies (“Sunset Song”, “The Deep Blue Sea”). Un drama de época biográfico sobre la vida, y en especial el alma, de Emily Dickinson. El propio Davies se encarga de la escritura del guión y una irreconocible Cynthia Nixon le da vida al personaje principal, un personaje y un registro que quedan muy lejos de su famosa Miranda Hobbes de “Sexo en Nueva York”. Para completar el reparto tenemos -entre otros- a: Jennifer Ehle, Duncan Duff, Keith Carradine, Jodhi May y Joanna Bacon. Entremos ahora a comentar si esta biografía va más allá de la admirable rigurosidad.
Tras un inicio competente y algo gris, la película toma forma y una vez pasado el primer tramo nos damos cuenta de que mejora conforme pasan los minutos. Davies se preocupa por examinar constantemente las emociones de la poetisa, así es que la evolución del personaje se siente en la película, con un último tramo inundado por la tristeza y el remordimiento. El director ofrece una puesta en escena delicada, elegante y precisa en cada encuadre. De su sencillez y su pulcritud emanan sentimientos, también fidelidad al personaje, su personalidad y su obra, la cual va siendo citada -con habilidad- a lo largo de la cinta. Otra virtud que comparten todos los trabajos de Davies en esta película, es la de ofrecer una mirada bastante “limpia” sobre el personaje. Algo que no es nada fácil, aunque acaba quedando claro que Dickinson y Davies nacieron para entenderse. Como es habitual en las películas del director, predominan los ambientes interiores, aquí con más sentido si cabe, teniendo en cuenta que la poetisa se pasó la mayor parte de su vida dentro de casa. Sin embargo el metraje no se resiente, pues el ritmo sosegado funciona con absoluta perfección, algo a lo que ayudan unas líneas de diálogo que van de la ingeniosa mordacidad a la excepcional retórica, una delicia. Lo que sí puede acusar el paso el tiempo es el pesimismo que imbuye la cinta.
Davies a pesar de su gusto por la simplicidad, se permite alguna que otra filigrana visual. La escena del sueño nocturno o el envejecimiento de los personajes a través de las fotografías son magníficas, también nos deja un par de estupendos travellings circulares. Y el paso del tiempo en esas fotografías me sirve para elogiar por entero la narración impecable del cineasta. También sin formulas convencionales, lineal pero repleta de elipsis abordadas con callada sutileza, Davies logra que el tono del filme se vaya oscureciendo conforme su personaje tiñe negruzca su visión del mundo y se va recluyendo cada vez más en su casa, para acabar por no salir de su habitación. Otro trabajo soberbio es el de Florian Hoffmeister, su manejo de la luz en interiores es exquisito. Sin embargo a la hora de la verdad es la actriz la que consigue retratar a Dickinson con toda la contradicción, la verdad y la humanidad (todo ello inseparable) necesarias para que el biopic no caiga en los problemas habituales. También ayuda que el guión en su trazo de temas paralelos a la historia principal, pasando por los valores de una burguesía estrictamente protestante o la relación entre dios y el alma independiente de cada uno, muestre con inteligencia la situación de la mujer en la época, aprovechando para retratar al personaje. Y si bien Davies nos la muestra como una mujer adelantada a su época, lo que importa es que construye al personaje alejándose de cualquier esquema. Entre todo su misterio y su humana ambigüedad, encontramos una mujer inteligente, con una mente ingeniosa y rebelde, y una lengua honesta e irónica con elocuencia suficiente para vencer en cualquier batalla dialéctica. También una mujer atormentada en su soledad por su imposible búsqueda de la pureza interior y la paz, que se refugia -sin éxito- no sólo en su habitación, sino en sus poemas.
Inauguro la “Fiesta del cine” con una obra fascinante, de lo mejor que ha hecho Terence Davies. Termina dejando algo en mi interior que no me permite darle más nota, sin embargo como siempre recomiendo, es mejor guiarse por palabras que por puntuaciones.
Alejandro Arranz
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