-Gibson continúa filmando su propia expiación en la piel de otros personajes. Su garra y su nervio siguen intactos, pero con eso no se gana una guerra.
-El drama academicista, el tributo simplista y el belicismo llameante conviven en una película que casi todo lo que tiene de espectacular, lo tiene también de tosca, trivial e inconsistente.
Gibson ha vuelto, si no habíais leído nada parecido estáis algo perdidos últimamente en lo que a cine se refiere. El eterno salvaje incorregible tras renacer como tal en Blood Father, ha regresado tras las cámaras para contarnos la odisea de un soldado diferente, cuya única arma eran sus creencias y su inmenso valor. El personaje es Desmond Doss, un joven médico militar adventista que participó desarmado en la Batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial, y salvó 75 vidas. La película hace referencia constante a ese “milagro”, porque incluso siendo esta una historia real, parece una ficción en toda regla. El guion lo firman Robert Schenkkan (The Pacific), Randall Wallace (Pearl Harbor) y Andrew Knight (The Water Diviner), y en el reparto encabezado por Andrew Garfield, encontramos también -entre otros- a: Vince Vaughn, Hugo Weaving, Teresa Palmer y Sam Worthington. Veamos si Gibson se reintegra a filas con suficiente artillería o si debió quedarse beodo en la moqueta.
El cineasta opta por una estructura clásica para contarnos la historia del soldado Doss, no obstante hay dos partes bien diferenciadas, una primera de presentación y posterior entrenamiento militar, una segunda de guerra. Comenzamos con una presentación de la infancia del personaje y los elementos que dieron lugar a los valores que posee en su madurez. Gibson nunca ha sido sutil y en esta ocasión la brocha gorda domina el lienzo. A la presentación le sigue el entrenamiento en la base militar y los diferentes obstáculos a los que Doss se enfrenta para poder servir en la guerra. Toda esta parte carente de explosiones y cámaras lentas, es puro academicismo, corrección sin ningún riesgo. El cineasta es un narrador excelente y por eso consigue que nos mantengamos interesados por lo que pasa, aunque el guion apenas tiene las agallas o la habilidad para ir más allá de lo puramente superficial. Pero aparte de una dirección elegante, un hábil control del ritmo y un montaje impecable; la primera hora destaca por sus secundarios. Sí, es cierto, Garfield es una elección de casting soberbia, siempre se le ha dado bien mostrar un gran abanico de emociones. Pero lejos de su entrañable y permanente expresión melindrosa del primer tramo, otros actores como Hugo Weaving o Vince Vaughn se comen sus respectivas escenas mejorando mucho lo que la película tiene que ofrecer por si misma. Porque sin el polémico director tras las cámaras y sin el trabajo del reparto, estaríamos ante otra apuesta bélica del montón, un telefilme no demasiado brillante.
Parte de la culpa es de un guion simplón, plano y obvio, que además trivializa algunos temas de forma desaconsejable. Aquí no hay lugar para al sutileza, el matiz, el punto de vista o el tono grisáceo. El mayor problema es una vertiente pacifista que no solo no se desarrolla dramáticamente, sino que se contradice súbitamente en la segunda parte, eliminando cualquier rastro del aparente carácter antibelicista de la película. Al final, la propuesta termina siendo un mero tributo para un héroe singular, una especie de enaltecimiento patriótico. Lo que no deja de ser es una competente propuesta bélica que destaca por la increíble pericia de Gibson para la narración y por una dirección llena de potencia visual. Que precisamente alcanza sus mayores cotas en la hora final, toda ella sangre y fuego, épica sangrante, como todo su cine. Un impresionante y visceral destello infernal que es cuanto menos discutible. Por eso de que la fe en dios y los valores pacifistas (y ligera superioridad moral...) del protagonista acaban haciendo que sus compañeros renueven sus ganas de trinchar japoneses convirtiéndose en letales armas divinas de matar, también porque Gibson continúa filmando la violencia con evidente placer y excitación, lo que nunca ha dejado de ser inquietante, pero por primera vez es incompatible con las aspiraciones de su película. En los últimos minutos hay dos escenas bastante innecesarias y la cinta termina derivando hacia lo mesiánico, en especial en un plano final entre la revelación y el despropósito.
Hacksaw Ridge no será recordada por su atrevimiento, tampoco por su simplista dimensión dramática ni por su vena mesiánica o su paradójico mensaje antibelicista. El nuevo filme de Mel Gibson, su quincuagésimo renacer redentor, será recordado por unas escenas de batalla tan poderosas como sobrecogedoras, pues son de las mejores que el género ha dado en los últimos años. Es donde el cineasta está más cómodo, donde puede dar rienda suelta a sus problemas no resueltos con la violencia, que para fortuna del espectador, concuerdan a la perfección con sus alucinantes soluciones visuales. Gibson puede quedarse, pero la próxima vez es mejor que cambie la biblia por su rifle. Al fin y al cabo la mona siempre es mona, incluso si se viste de púrpura.
Alejandro Arranz
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