jueves, 8 de diciembre de 2016

Crítica de “Paterson”

-Jarmusch más Jarmusch que nunca, Paterson es una delicia.

-No solo es un pequeño milagro, es una oportunidad para atisbar esas pequeñas cosas que importan todo. La cámara no existe, solo el ojo.

Al mismo tiempo que algunas afortunadas carteleras tienen en su haber Gimme Danger, el tributo documental que Jarmusch le ha hecho a The Stooges, el cineasta también estrena en nuestro país su nueva y muy elogiada película, Paterson. El tiempo no me ha permitido visionar la propuesta documental así que no podía fallar dos veces en un intervalo tan reducido. He apagado mi móvil, apartado los trabajos y corrido libremente hacia el cine para entrar directamente a la sala, ajeno a cualquier preocupación del exterior, dispuesto a quedar cautivado con lo que el director ohionés quería mostrarme. Con esta nueva película Jarmusch se encuentra cara a cara con uno de sus grandes amores, la poesía.

Qué película tan extraña debe ser ésta para cualquier espectador ajeno al cine del señor Jim Jarmusch. Definitivamente tiene que resultar aburrido ver como “no pasa nada”. Claro, porque todo se reduce a observar siete días de una semana en la vida de un joven que día tras día se despierta, desayuna, conduce un autobús, pasea al perro de su pareja y se toma una cerveza antes de volver a casa para dormir. Es una pena que alguien pueda ver esta película y sentirse así, porque Paterson es cine enorme que simplemente se construye a partir de su sencillez, su repetición y su sosiego. Es divertida sin intentarlo, también conmovedora, honesta, reflexiva y extraordinaria. Y sí, es poesía en imágenes, es pura y maravillosa atención al detalle. Es el cineasta retratando con genialidad otra ciudad que resulta tan protagónica como su protagonista, porque desde luego no es casualidad que el poema de Williams, la ciudad y el personaje; se llamen igual. Y la cara es la de Adam Driver, que sigue teniendo una retahíla de "haters" impresionante y no por ello deja de ser un actor insólito y sutil que entrega aquí una interpretación probablemente infravalorada, pero también absolutamente brillante. Esta película no es una crítica a la rutina o a la monotonía, no es una enrevesada reflexión existencialista y ni mucho menos es nihilismo. Es una celebración no tanto de los pequeños placeres escondidos en la rutina (que también), sino de las deliciosas variaciones que esta sufre. Así es como la vida de Paterson, el personaje, no es una vida estancada (a pesar de algunas contradicciones), para él es un tipo de perfección ensalzada por la poesía de los detalles. Y ahí entra la capacidad de Jarmusch para convertir un autobús o un bar en microcosmos repletos de historias de espíritu tragicómico, fijarse en lo que puede significar la tipografía de una cajetilla de cerillas, el olor matutino de esa cerveza que te marcó el fin de la jornada o en el gesto imperceptible repleto de significado. Es encontrar el lirismo más auténtico y apasionado en la idea más sencilla.

Jim Jarmusch regresa más genuino y fiel a si mismo de lo que consigo recordar, aunque sin duda veo trazos de Stranger than Paradise. Lo más increíble es que Paterson es tan arrebatadoramente hermosa y magnífica que no necesita adornos, énfasis ni trucos. Es una de las mejores películas del año, pero no de esas que llegan pisando fuerte, de ese pequeño grupo especial que sin mediar palabra te conquista el corazón y los días siguientes no puedes pensar en nada más. La cámara del director desaparece de la ecuación, queda solo el espectador, primer y único observador de cada detalle. Hay gente que encuentra poesía en ver una bolsa de plástico impulsada por el viento, otros en unos edificios atrapados en charcos de agua. Jarmusch ha conseguido atrapar un pedazo de vida, poético sin duda. Un pequeño y singular milagro.


Alejandro Arranz

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