-Larga, compleja, desmesurada, polémica y atrevida. No importa cual sea tu fe, esta es una extraordinaria película humana.
-Deja que lo nuevo de Scorsese te agarre, te zarandee, te sacuda y te destroce en cuerpo y alma. Al final del viaje, creerás.
Martin Scorsese iba a ser sacerdote, y probablemente fuera a ser uno de los buenos; pero el mundo, en especial el cine, hubiera perdido demasiado. A cambio, su cine siempre ha prestado atención a los aspectos religiosos, en especial a través de sus personajes atormentados por la culpabilidad y en busca de redención. En dos ocasiones lo hizo más en primer plano, con la muy polémica The Last Temptation of Christ y la muy plana, Kundun. Su nueva película cierra esa especie de trilogía sobre la religión y Martin ha hecho todo lo posible para estrenarla antes que cualquier otra. Es curioso, pues Silence nos llega justo después de The Wolf of Wall Street, y ambas son totalmente antitéticas. El desfase y la locura de la segunda frente a la introspección y la calma (lacerante, eso sí) de su nueva propuesta. Sin duda este es uno de los trabajos más personales del director, y por ello ha co-escrito el guion (algo que no hacía desde Casino) junto a Jay Cocks (Gangs of New York). Mi siguiente tarea es complicada, poner en palabras las cualidades de una de las mejores obras de una filmografía maravillosa.
Son 160 minutos de cine comprometido, valiente, difícil, sublime, lleno de significado. Es uno de los Scorseses menos accesibles que recuerdo, pero no juega en contra en ningún momento. Entro en Silencio de una pieza y salgo en pedazos, entro con un tipo de dudas cinéfilas que se abrasan en cuanto las luces se bajan, salgo con lecciones aprendidas y mucho sobre lo que reflexionar. Cada plano reafirma la maestría de un artesano, de un genio, de un narrador genuino. El leve temblor de una silla, la entrega de un regalo, la duda perfectamente dibujada en el matiz gestual imperceptible de un Andrew Garfield inmejorable y también la escena más terrorífica del 2016. Cada minuto de esta película vale la pena atesorarlo, sufrirlo, obtener algo de él; observar como el cineasta coloca la fe frente a la fe, la fe frente al hombre y la fe frente al silencio más doloroso, el divino. La historia de dos jesuitas portugueses que emprenden un viaje a Japón para rescatar a su mentor, un “conradiano” descenso a los infiernos en busca del particular coronel Kurtz de Liam Neeson, una excusa para que Scorsese dialogue sobre innumerables cuestiones: la duda, los remordimientos, la contradicción, la introspección, el modo de arreglar nuestros errores, etc. En esa excusa hay unos “villanos”, los japoneses. El cineasta no reniega del derecho de éstos a defender su fe, únicamente reprueba la irrespetuosa vanidad de las posturas extremas que derivan en violencia; pero está claro que no pretende encarar una lucha de religiones, sino entre lo eterno y lo terrenal, en esa lucha no hace concesiones. No obstante, la película si tiene algunos problemas en relación con un estridente villano, “El inquisidor”, que no va a convencer especialmente al público, y con un tramo final flojo y demasiado alargado. Sea como fuere, Silencio es inabarcable, bella, abrumadora y desafiante, pone a prueba tu paciencia y resistencia constantemente, pero ofrece una recompensa incalculable por tu esfuerzo.
Hay elementos en esta película que muchos odiarán, otros puede que se rían y sin duda va a ser una de las cintas más polémicas del cineasta. Su ritmo, sus temas, su duración, su espíritu; todo en ella está destinado a dividir al público, porque está claro que no gustará a todo el mundo, puede que ni siquiera a algunos fieles del director de Raging Bull. Pero su poderío es innegable, es devastadora, conmovedora y muy necesaria en el momento actual. Martin Scorsese redime al cine como nadie más tenía derecho a hacerlo, lo consigue gracias a su mejor película desde Bringing Out the Dead (Al Límite en nuestro país). Las palabras la desmerecen, silencio.
Alejandro Arranz
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