-Que película tan triste, tan amarga, tan cabrona, tan humana y tan hermosa. Kaufman firma una obra de arte, una película única en la que cada fotograma es un mundo.
-Son probablemente los 90 minutos más desoladores, trágicamente reales y enternecedores que he visto en una pantalla de cine en tiempo.
Creo que a estas alturas todos conocemos al genial Charlie Kaufman. Ese guionista/director al que tanto le gustan los intrépidos laberintos psicológicos y emocionales con los que representa la vida y las relaciones humanas. Como guionista nos ha dejado joyas tales que “Adaptation”, “Being John Malkovich” y “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” (con la infame traducción de “Olvídate de mi” en nuestro país); como director, hasta ahora sólo había creado la infravalorada maravilla con el título “Synecdoche, New York”, que por alguna razón incomprensible siempre aparece en las listas de “películas que sólo entienden sus directores”. En esta ocasión vuelve en ambas facetas con la que aparenta ser su película más sencilla, y digo aparenta porque “Anomalisa” es una película tan compleja como la vida misma, si es que al final de este artículo determinamos que la vida tiene algo de complejo, puede que Charlie Kaufman haya trastocado nuestro universo personal. El filme ha sido financiado a través de una exitosa campaña de “crowfunding” realizada en “Kickstarter”. El cuatro veces nominado al Oscar (ganó con el filme de Jim Carrey y Kate Winslet) contactó con el animador Duke Johnson (“Beforel Orel: Trust”) para co-dirigir esta historia en Stop-Motion y en el guión colabora con otro animador -y escritor-, Dan Harmon, al que puede que recordéis por la fabulosa “Monster House” o como creador de “Community”. Así pues Charlie Kaufman crea una de las películas más humanas que he visto en mi vida con unos muñecos animados en Stop-Motion. Y yo le doy las gracias, porque jamás había visto nada como “Anomalisa”, pero ahora que lo he visto, no puedo volver atrás.
Unas voces tras fondo negro, así empieza el filme. No se sabe quien habla, no se sabe qué dicen, sólo es un caos de sonidos insustanciales y una risa maníaca que sabe lo absurdo que resulta todo, la vida. Después conocemos al protagonista, Michael Stone, un reconocido experto en atención al cliente (menudo genio estás hecho, Kaufman) que no entiende el porqué de la vida y está cansado de hacer lo que hace, de su familia, de su trabajo, de los taxistas chistosos, de las charlas banales, de que todas las voces le suenen igual y todos los rostros sean genéricos. Todos nos levantamos, hacemos nuestras tareas, vamos a trabajar, hablamos, caminamos, comemos, procreamos, dormimos y otra vez a empezar. Pero realmente todo eso no tiene ningún objetivo, ni ninguna razón de ser, no somos sino unas marionetas destinadas a sobrevivir únicamente para acabar muriendo. El filme puede ser increíblemente amargo, la dirección de Kaufman sabe como controlar el ritmo para que todo sea fascinantemente insípido, para que nos demos cuenta de que somos esas mismas marionetas tal vez controladas por un pérfido demiurgo sin nada mejor que hacer, que repetimos la rutina de forma mecánica y que nos escondemos bajo rostros falsos; incluso consigue que nos riamos de nuestra propia desgracia. Pero la humanidad del filme no está sólo en ese cabrón realismo, sino en una pequeña luz, en el hecho de encontrar una voz distinta, de que el mundo recobre el sentido aunque sea por un tiempo, pero sin idilios. El sexo está ahí y no lo recuerdo más íntimo en el cine, pero también la pared con la que chocamos si buscábamos el cuento de hadas. Porque nada es para siempre parece querer decirnos Kaufman, parece que al final lo único relevante son los momentos genuinos que recordamos con melancolía, casi como aquel Jep Gambardella de “La Gran Belleza”. Los directores alargan la espera del espectador, lo grandioso nunca llega porque no hay nada espectacular en “Anomalisa”, salvo los prodigiosos pequeños detalles, que poseen la humanidad de miles de años de existencia vital y desarrollo artístico, la complejidad de toda la vida que haya existido y existirá, de miles de emociones, decisiones y consecuencias. Desde Bergman hasta Sofia Coppola la triste poesía que se desliza por esta insólita obra maestra nos introduce en el lado oscuro del cine de animación, alegorizando a través de una ingeniosa paradoja, la humanidad más pura, que se ve reflejada en el espejo de Alicia.
Podría pasarme días escribiendo, sino hablando, de ésta maravilla sin precedentes que nos ha regalado Charlie Kaufman, pero quiero desvelar lo menos posible, es mejor no saber nada sobre ella. Aún así me encantaría comenzar un coloquio con algunos compañeros articulistas o realizar un videoblog. De como auna la tristeza con la belleza y el realismo más cínico; de la forma con la que cada fotograma logra representar y transmitir un nivel semejante de contenido, de la calidad técnica que he pasado por alto porque estoy demasiado hechizado por otros aspectos de la propuesta, etc. “Anomalisa” habla de tantísimas cosas en tan poco tiempo, y al mismo tiempo sólo habla de eso, de la vida. Kaufman y su obra nos dicen que busquemos esa Anomalia que marque nuestro momento, la que nos ayude a deprimirnos cuando llegue nuestra próxima crisis existencial o pase el último tren, y ahí está una ironía bastarda y gloriosa; ha sido el propio Kaufman quien nos ha entregado esa anomalía. Entre todas las película manufacturadas de los grandes estudios se esconde esta pequeña pero inmensa obra de arte que no te podrás quitar de la cabeza. Cuyo concepto y forma viven el uno a través de otro y viceversa, porque no podría ser de otro modo. Dejen ustedes que Charlie Kaufman le de una vuelta a su microcosmos personal, les va a doler mucho, pero acabarán agradeciéndoselo.
Alejandro Arranz
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