-Un espectáculo llamativo y con ritmo que no cumple más allá de sus coreografías.
-Sin duda necesitábamos que Hugh Jackman volviera al género.
Es casi poético que este supuesto biopic del polifacético y controvertido showman P. T. Barnum sea una complaciente y marchosa farsa, un artificio hollywoodiense con el que cautivar al gran público. Ni es una película biográfica ni intenta serlo en ningún momento. De hecho reconfigura al famoso personaje reduciendo casi todas sus sombras para dejarlo bastante irreconocible. Ésto le permite a los guionistas Jenny Bicks y Bill Condon escribir una historia delgada, simplista y predecible que no moleste demasiado a lo realmente importante de la propuesta, el apartado formal. Michael Gracey, creativo publicitario y especialista en efectos especiales, debuta en la dirección con este musical dramático que llega dispuesto a encandilar a los académicos con su narrativa clásica, sus pegadizos temas pop, sus estupendas coreografías, su diseño de producción y un atractivo reparto encabezado por Hugh Jackman, Michelle Williams, Zac Efron y Rebecca Ferguson. Que empiece el show.
La estructura narrativa es absolutamente esquemática y previsible. La narración evita profundizar en cualquier momento de la vida de Barnum mientras que el guion, que se olvida casi por completo de desarrollar a sus personajes, desaprovecha los temas que pone sobre la mesa. Queda un envoltorio muy bonito pero hueco, que incrementa la notoriedad de ese discurso trillado y trivial que resulta bastante artificial. Sin embargo ahí está Hugh Jackman, moviéndose como pez en el agua y derrochando carisma en cada plano, capaz de brindarle tridimensionalidad y alguna que otra sombra a un personaje descontextualizado y pulido de sus aristas. Su interpretación es uno de los motivos por los que la farsa funciona. El espectador es hábilmente engañado gracias unos fabulosos números musicales y a un reparto que le insufla enérgica personalidad a la película. La magia del cine y del circo de Barnum resultan indistinguibles por un breve instante. The Greatest Showman es solo un circo de baile y color sin demasiado fondo; se puede decir que es algo burdo y frívolo, pero no se puede negar que sea disfrutable.
Michael Gracey ha debutado con un musical que tiene todos los ingredientes para conquistar al gran público. Es cómodo, luminoso, colorido y tiene una mullida moraleja sobre los sueños, el hogar y la familia. O lo que es lo mismo: es típico, simplón, obvio y unidimensional. Todas sus virtudes, incluso esos detalles que engrandecen escenas, provienen de aspectos formales. Por tanto, no es difícil tacharlo de desastre y abandonar la sala con el ceño fruncido. Sin embargo es incluso fácil que le seduzca si se olvida de todo y se deja encandilar por la farsa, la extravagancia y el talento de Hugh Jackman. La decisión es suya.
Alejandro Arranz
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