sábado, 23 de diciembre de 2017

Crítica de "Una vida a lo grande"

-Payne tiene un sinfín de buenos ingredientes y grandes ideas, pero no parece capaz de unirlos en la historia ni para la orientación del discurso.

-Hay un número sorprendente de virtudes insólitas aquí. Y por cada una, un par de problemas.

Era difícil no estar ansioso ante la nueva propuesta de Alexander Payne, un cineasta que lleva encadenando grandes películas desde hace más de una década y que incluso superó las expectativas con la hermosa y magnífica Nebraska. Otro motivo de peso para tener la fecha apuntada en rojo en nuestro calendario es la fantástica premisa que nos presenta el filme; cuyo título original es Downsizing. Unos científicos noruegos han encontrado la solución a la sobrepoblación, el exceso de residuos, la contaminación y básicamente a nuestro estilo de vida moderno, que está acabando con la vida del planeta. La idea es convertirnos en seres de 12 centímetros. Y aunque pueda sonar un poco peligroso y nada apetecible, económicamente resulta de lo más fructífero, permitiéndonos vivir en increíbles mansiones y tener los mejores cuidados a precios de juguetería. El problema de esa revolucionaria idea es que los errores de nuestra sociedad grande se van a repetir en esa falsamente utópica sociedad pequeña. Payne nos cuenta ésto y muchas otras cosas en este revoltijo semi-satírico que resulta ser su peor película. Si es que se puede decir así.

El guion de Payne y su colaborador habitual Jim Taylor (Entre copas) no solo parte de una idea repleta de posibilidades, sino que explota algunas de ellas de forma más que correcta en el primer tercio de la película. En esos minutos la sátira y la ironía de Payne son precisas, y radiografían con el suficiente ingenio nuestra sociedad actual. Pero tras el punto de giro y con la aparición del vecino histriónico interpretado por Christoph Waltz; todo se convierte en un caos. El filme vira hacia un segundo tercio que da la impresión de ser eterno, como surcar entero el Amazonas en un barco del tamaño de una pepita de maíz. Es un tramo aburrido y pesado, en el que los constantes cambios de ritmo, la carencia de equilibrio en la mezcla de sus tonos contradictorios y el excesivo metraje logran que parezca que no ocurre absolutamente nada en la película. En realidad están transcurriendo unas diez películas. Desde una de mensaje ecologista hasta una comedia romántica pasando por limitadas críticas al capitalismo, a los Estados Unidos o al individualismo egoísta y concluyendo con un artificial filme humanitario.

En cuanto la sátira distópica se convierte en algo anecdótico en el segundo acto, la película intenta ser un montón de cosas distintas sin darle a ninguna de ellas la profundidad o el carisma necesarios para que interesen por si mismas, y mucho menos para que cumplan una función dentro de la globalidad. La narración, tan farragosa, impide que el espectador sea capaz de empatizar con algo de lo que ocurre y mientras tanto el escabroso ritmo le agota hasta la somnolencia. En el fondo Payne ha entregado una historia de caída y aprendizaje a modo de enfática alegoría social. Una historia que nos han contando más veces, aunque no a través de una premisa tan interesante. Una pena, la ambiciosa metáfora se pierde en la propia confusión que genera.


Alejandro Arranz

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