-Para los que prefieran ser manipulados con la felicidad en lugar de con la pena. Ni necesitan cambiar de marca de pañuelos.
-Jacob Tremblay vuelve a conquistar los corazones del público con una interpretación carismática y conmovedora. Excelente Julia Robert.
Todo parecía apuntar a que esta adaptación de la novela homónima de R. J. Palacio sería uno de esos insoportables melodramas sentimentaloides de superación de anomalías físicas que tanto gustan en USA. Sin embargo he de reconocer que ha dado la sorpresa, porque el director Stephen Chbosky (Las ventajas de ser un marginado) ha optado por enfocar desde una perspectiva más liviana la historia de Auggie, un niño de 10 años con Síndrome de Treacher Collins que después de varios años aprendiendo en casa se dispone a empezar al colegio. El guion está escrito a dos manos, por Steve Conrad (En busca de la felicidad) y Jack Thorne (Mejor otro día); mientras que el reparto, encabezado por el adorable Jacob Tremblay (La habitación), lo completan Julia Roberts, Owen Wilson, Mandy Patinkin e Izabela Vidovic -entre otros-. Pónganse sus trajes de astronauta, entramos al mundo de Auggie Pullman.
Nos encariñamos con Auggie en seguida, prácticamente desde que nos narra su nacimiento. Es un chico inteligente, imaginativo, divertido, dulce y con la pizca justa de ingenuidad infantil. Le encantan las ciencias, Halloween y su dificultad para hacer amigos le lleva a refugiarse en el universo de Star Wars. Pero le toca empezar al colegio, debe alejarse de la seguridad de su núcleo familiar, conocer gente nueva y afrontar retos mayores. Debe salir al mundo, para que éste le reciba con los brazos abiertos. Por supuesto el desarrollo de la historia es tan previsible como almibarado, sin embargo las escenas superan su manido esquema gracias al encantador humor y a una personalidad propia, en ocasiones conmovedora. El motivo, un retrato honesto de los personajes y sus emociones, que se beneficia además de un fabuloso reparto.
Por ello la mejor decisión de la película es la de pararse a mirar al resto de personajes mientras mantiene a Auggie como centro de la narración. Gracias a eso la historia gana en autenticidad, se logra que nos encariñemos con los personajes, que pasemos por alto elementos complacientes y que podamos disfrutar de la excelente subtrama de la hermana de Auggie; con cameo de Sonia Braga incluido. El problema es que la decisión de tomar una perspectiva más liviana desemboca en hacer una película más artificial, por dulce; con una cercanía a la realidad meramente anecdótica. Chbosky y los guionistas esquivan cualquier situación problemática, cruda y realista, pasan con pies de plomo y rellenan los huecos con cucharadas de azúcar dando lugar a un mundo de profesores serviciales, familias ideales, abusones arrepentidos y finales felices. Un mundo en el que el sistema funciona maravillosamente. Todos acaban amando a Auggie, y aunque eso nos encanta, es algo terriblemente manipulado. Casi tanto como su conclusión: tramposa, falsa y trivial.
Chbosky ha querido hacer una bonita película sobre la empatía y aceptar a los demás. También una oda a la amistad en la que brillan los diálogos entre Tremblay y Noah Jupe. El problema es que su mayor virtud, conseguir que sus personajes sean humanos, encuentra la horma de su zapato en su mayor problema, introducirlos en un ambiente falseado que impide a la película ser algo más que una azucarada historia con final feliz. Wonder está repleta de buenas intenciones, y nos muestra como debería ser el mundo. Pero a veces es mejor tener razón, o en este caso ser realista, que ser amable.
Alejandro Arranz
Muchas veces el puritanismo americano juega en contra de las grandes historias. Esta nos parece maravillos, pero una vez leído lo que nos has contado, la verdad, pierde puntos (y más si solo nos cuenta la parte bonita de la historia)
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