sábado, 10 de septiembre de 2016

Crítica de “Café Society”

-Como cada año, tenemos cita obligada con un cineasta único. Y aunque haya dejado atrás su época dorada, sus películas siguen siendo un lugar en el que reír, desear, apenarse, reflexionar y quedar hechizado por unas sensaciones y sentimientos que parecen de otro mundo anterior; no siempre más fácil, pero sí más romántico.

-Una historia sobre los golpes de la vida y el amor, sobre la madurez y los desencantos; ensalzada por un trío de actores maravillosos y el extraordinario trabajo de Vittorio Storaro.

Como pasa con otros maestros entrados en años, mucha gente cree que el octogenario Woody Allen debería haberse retirado hace muchos años, lo que viene a significar hace muchas películas. Como viene a ser habitual yo creo lo contrario. No niego que en los últimos años Allen sólo me ha cautivado con un par de películas, e incluso algunas de ellas lo hicieron a raíz de una nostalgia provocada por la entrañable revisión de temas habituales en la obra del cineasta. Pero no podría soportar haberme perdido “Blue Jasmine” y tampoco algunas escenas monumentales de la infravalorada “Irrational Man”. Así pues, este año vuelvo al cine -algo tarde- a ver lo útimo de Woody Allen, que en esta ocasión nos lleva hasta la meca del cine en la época que más le ha influido como cineasta: los luminosos y caóticos años 30. La banda sonora vuelve a estar plagada de jazz y no podría estar mejor seleccionada, en la fotografía está un maestro de la talla de Vittorio Storaro (“Ultimo tango a Parigi”) y en cuanto al reparto, lo forman un buen número de nombres atractivos entre los que se encuentran: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey y Corey Stoll. Ahora paso directamente a contaros qué nos ha traído en este horrible verano el genio neoyorquino.

Una muy buena noticia. Nada más, y nada menos. “Café Society” no es lo mejor de Allen, tampoco es ni de lejos una película mediocre. Es una muy buena película con instantes inolvidables dentro de un verano de auténtico y terrible estupor. Es la primera película en digital tanto de Allen como de Storaro. Algo arriesgado y para muchos un triste punto de inflexión en la historia del cine. Sin embargo el trabajo de ambos es excelente. La historia parece una comedia, sigue mecanismos de la comedia y está disfrazada sumamente bien, de comedia. Pero es Allen uno de los mejores a la hora de jugar y contrastar, camuflar y superponer tonos y géneros. Uno de esos cineastas que saben que la comedia y el drama, en el cine y en la vida, siempre van de la mano. Y así es como para contarnos una historia de desamor y resignación; el genio de Nueva York nos introduce en un animado microcosmos hollywoodiense repleto de riqueza, poder, tratos, chismorreos banales y secretos inconfesables; ambientado en Los Ángeles. Y que tendrá su opuesto en la urbanidad de una Nueva York donde deberías preocuparte por tu vecino aunque sea un idiota y los clubes nocturnos triunfan por su aire “gangsteril” y por sus cócteles secos. Ambos escenarios con sus respectivos y fascinantes personajes, están perfectamente retratados entre el cliché paródico y la sátira fina y aguda. En medio de fiestas, pases de cine, clubs de jazz, asesinatos mafiosos y discusiones de familias judías; sólo encontramos al trío de enamorados. Siempre en algún lugar donde el tiempo no parece importar demasiado. La química entre Eisenberg y Stewart da lugar a la mejor pareja del cine de Allen en demasiado tiempo, ambos están mágicos. Y en cuanto a Steve Carell, le va como anillo al dedo la forma en la su personaje define a uno de los actores que quiere contratar: es tan bueno para la comedia como para el drama. Me encanta su interpretación. Además el retrato de los personajes principales y algunos secundarios, fluye de forma natural con el paso de los minutos. Es fascinante la sutileza con la que Allen los desarrolla, aunque la riqueza de ideas, valores y puntos de vista de sus personajes quede algo desaprovechada, principalmente porque no es lo importante aquí. Lo que sí me deja inquieto es el trazo grueso que Allen muestra en un par de ocasiones con respecto al triángulo amoroso. No llega al subrayado pero va con negrita.

La estructura narrativa es inteligente y busca formas de reinventarse ligeramente. Pese a imperar la narración lineal, el director de “Manhattan” prueba con cambios inesperados en el punto de vista, un par de flashbacks funcionales e incluso alguna curva o retorcimiento narrativo bastante arriesgado. No obstante quedan desdibujados temas en torno a la industria carroñera de hollywood, y su hilarante representación de la mafia es tan innecesaria como superficial. El narrador en off es, por supuesto, el propio Allen. En el terreno visual el neoyorquino vuelve a las cortinillas clásicas y se sirve bastante del travelling. El trabajo conjunto con Storaro nos deja un ambiente de claroscuros dorados, fusión perfecta de colores y algunos ocasos anaranjados que más allá de ambientar con elegancia y precisión una época, cuentan más sobre lo que ocurre que las aspiraciones que pudiera tener el texto. Y ahí es donde esta enérgica y divertida cinta se vuelve algo más. Con escenas puras y respirables (la cena a la luz de las velas) que te hipnotizan por completo, por su retrato del amor, por su pesimismo oculto a plena vista, etc. Un personaje dice en la película que hay que vivir como si fuera el último día porque uno de ellos lo será. Sigue sorprendiendo la visión desesperanzada y trágica de Allen sobre ese mundo brillante pero vacío y fracasado, en el que la felicidad es pasajera y conformista, y sólo se encuentra en pequeños placeres como el arte o el amor. “Café Society” es nostalgia, pesimismo y en su ligera complejidad muestra los desencantos de la vida y los temas amorosos. Es una historia alrededor de la melancolía, los limbos, los contrastes y los crepúsculos; que se define con una escena final absolutamente perfecta. Encumbrada por dos ligeros travellings circulares, girando en torno a sus dos personajes protagonistas y que se funden en sus caras de añoranza y dulce tristeza, describiendo como nunca, la fatalidad del amor. No puede haber final más precioso.

Finalmente Woody ha llegado para alegrarme el verano. Ha saltado -o caído- al digital de una manera más que digna, ha colaborado con Storaro creando una película hermosa que deja un par de escenas sencillamente cautivadoras, ha encontrado una nueva pareja fascinante en Stewart-Eisenberg y ha creado una de sus comedias más tristes y bonitas en décadas. Si es verdad eso de que la vida es una comedia escrita por un sádico, espero que ese sádico sea Woody, porque yo quiero seguir leyendo.


Alejandro Arranz

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