-Cuando el western moderno en formato homenaje se junta con el cine de acción comercial y pierde la esencia en un banquete de tiros tan cansino como horriblemente planeado y grabado.
-El convincente reparto y un inicio muy sólido, me dan esperanza. Una pena que el filme sea tan plano, estúpido, trivial y se tome la violencia como un elemento estilístico y baladí.
Sturges quiso homenajear a Kurosawa con un “remake” que mudaba los elementos del cine de samuráis al western, un género que gustaba mucho al maestro. Sin ser excepcional, “Los siete magníficos” sí que contenía elementos raros en su ejecución. Y digo raros porque había detalles especiales en el ritmo y en la forma con la que Sturges retrató a sus personajes y la acción. Aunque al final, aparte de ciertas escenas y de los diálogos de McQueen; la cinta pasó a la historia por la magnífica banda sonora de Elmer Bernstein. Pero las cosas no podían quedar así, porque ahora todo tiene que tener una nueva versión. Así que el irregular Antoine Fuqua, antes de dirigir el remake de “Scarface”, se enfrenta al remake del remake de “Los siete Samuráis”. El western se encuentra hora en una forma envidiable, no hay demasiadas apuestas, pero casi todas las que se estrenan resultan excelentes, y cada vez empieza a apostarse más por el género (para alegría de muchos). Algunos no dudan en denominar el fenómeno, a pesar de su lozanía, “la nueva edad de oro”. Además frente a muchos otros géneros, actualmente este no presenta excesivos remakes. “True Grit” de los Coen y “El tren de las 3:10” de James Mangold fueron de los pocos ejemplos y además salieron muy bien. Ahora es Fuqua quien trae de vuelta el género, para ello cuenta con dos guionistas muy diferentes: Richard Wenk (“Homefront”, “The Equalizer”) y Nic Pizzolatto (“True Detective”, “The Killing”). En el reparto el liderazgo lo lleva el serio Denzel Washington en lugar del serio Yul Brynner, y le acompañan nombres de la talla de: Chris Pratt, Ethan Hawke, Vincent D'Onofrio, Byung-hun Lee, Manuel García-Rulfo, Haley Bennett y Peter Sarsgaard -entre otros-. Decidamos pues si Fuqua ha conseguido llevarnos de vuelta al salvaje oeste.
La película empieza con una escena realmente efectiva. Los aldeanos en la Iglesia debatiendo qué hacer frente al hombre que les quiere quitar sus tierras, y la presentación del interesante villano interpretado por Peter Sarsgaard. Se ha sustituido a los forajidos mexicanos por un poderoso caudillo blanco, algo que acerca más la historia al panorama actual americano. Es un principio robusto con el que la película pretende manifestarse como un western más duro que el original. Después de eso vamos a asistir a la presentación de los personajes y la formación del grupo antes de preparar el pueblo para la gran batalla; motivo por el cual existe esta cinta. Fuqua brinda una puesta en escena sólida para esa entretenida primera hora y el reparto hace el resto con simple y llana competencia. Washington y Hawke tiran de esa química que tienen desde hace años, pero en general ningún actor sale de su arquetipo cerrado. Los personajes no tienen ni el mínimo desarrollo, todos son absurdamente planos y se diferencian por su raza, su estilo de matar y algunos rasgos esperpénticos-diferenciadores. El personaje de Hawke es con el que más se puede empatizar porque es el único que tiene algo de desarrollo (no mucho), y casualmente también es el que se lleva las pocas líneas de diálogo decentes de la película.
Y es que el guión además de no tener trama, fondo y/o desarrollo de personajes; prácticamente sólo tiene diálogos de usar y tirar en forma de frases lapidarias que dan la impresión de estar viendo a “Los Mercenarios” en el oeste. Casi tan lamentable como esa espantosa trama de venganza que le meten con calzador al personaje de Washington para acabar por solucionarla con una escena irrisoria que me lleva directamente al villano de Sarsgaard. Es cierto lo que dije de que parecía interesante, el problema es que más allá de su mirada al infinito mientras suda y chupa su cigarrillo; es un villano de pacotilla. No tiene motivaciones, no tiene personalidad y ya en el nivel más superficial, ni siquiera sabe desenfundar. Pero lo peor de esta nueva versión de “Los siete magníficos” es su segunda hora. Una batalla final eterna, genocidio en masa que irrita y satura al espectador. Fuqua se confunde, cree estar dirigiendo una película de John Rambo. La acción es terrible, con escenas indescifrables e imposibles de creer en las que los mejores pistoleros del oeste son meros muñecos de trapo que corren para ser abatidos constantemente por los héroes, estos últimos a prueba de balas incluso corriendo varios kilómetros a campo abierto contra una gatling y diez villanos con fusiles. No hay lirismo ni realismo, y por si fuera poco, Fuqua trivializa esa violencia a niveles casi inquietantes.
Incluso con una puesta en escena tan precisa en su reproducción como carente de personalidad, sus héroes a caballo y el sol brillando a lo lejos; Fuqua no entiende nada de la esencia del género. Parece haberse quedado con un tipo de western donde priman únicamente los diálogos chuscos, las miradas cerradas y los tiroteos infinitos. Y aunque su primera hora puede verse con tolerante entusiasmo porque siempre es un placer ir al cine a ver un western, su segunda mitad es una matanza fea, trivial, alargada e insufrible; que no sé si pide perdón, permiso -tardío- o aplauso, cuando al final suena la legendaria melodía de Bernstein. Señor Fuqua, su película ni es magnífica ni es un western. Puede vestirse de vaquero si quiere, igual que se viste de director de cine, pero ambos sabemos que no es ninguna de las dos cosas.
Alejandro Arranz
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