viernes, 20 de noviembre de 2015

Crítica de “El Clan”

-Un thriller que debería dar miedo, que debería reflexionar y que debería demoler pero sólo entretiene. Es una propuesta atractiva pero totalmente desaprovechada.

-El ritmo funciona y los actores están realmente bien. Lo mejor es su lectura política, sus paralelismos sobre una época de grandes cambios en una sociedad arraigada en los valores del pasado.

Hace tres años desde que Pablo Trapero estrenara “Elefante Blanco” con Ricardo Darín. Aquel drama también centrado en variedad de dilemas morales obtuvo críticas muy dispares y en esta ocasión el director ha regresado al género thriller que tan buen resultado le dió en 2010 con “Carancho”. En esta ocasión Trapero cuenta una historia basada en hechos reales que transcurrió justo en ese paso de “La Argentina” a la “democracia” con todo lo que ello conllevó. La trama se centra en el caso policial del Clan Puccio, que conmocionó a la sociedad argentina a principios de los 80. Tras la aparente normalidad de los Puccio se oculta un siniestro clan dedicado al secuestro y al asesinato. El protagonismo de la cinta lo tienen Arquímedes (Guillermo Francela), el patriarca, que lidera y planifica las operaciones, y Alejandro (Peter Lanzani), el hijo mayor, estrella de un club de rugby, el cual se sirve de su popularidad para no levantar sospechas y para encontrar víctimas de clase alta. El resto del reparto lo completan entre otros: Inés Popovich, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta y Franco Masini. Del guión también se encarga el propio director. Dicho esto sólo queda analizar brevemente las razones por las que esta co-producción Argentina-España ha batido todos los records de taquilla durante su estreno en su país.

El ritmo enérgico y el dinamismo visual se conforman como los mayores activos de esta propuesta muy cercana al cine de Hollywood. Trapero le da máximo protagonismo a esos planos secuencia con steadycam que siguen de cerca a sus personajes mientras suena su marchosa banda sonora en inglés. La realización en ese sentido no va mucho más allá, con algunas rupturas de reglas del eje que funcionan mejor de lo esperado. Sin embargo en diferentes labores visuales, en la dirección de actores y en otras de sus funciones de dirección, el cineasta argentino cumple correctamente. Así pues veo lógico que su función de entretenimiento la cumpla con creces, pero a esta historia se le pide más. Se le pide un grado de reflexión importante, una potente radiografía de la época, un hondo retrato de sus personajes y desde luego un agudo juego de paralelismos y ambigüedades morales. En esos sentidos la película desaprovecha casi por completo el trasfondo en el que se encuentra. Los personajes femeninos son más planos que un folio en blanco y sus dos protagonistas ganan muchos enteros gracias al trabajo interpretativo. Se utilizan bien los paralelismos entre Arquímedes y Alejandro (y otros muchos entre escenas), un joven que vive en ese cambio a la democracia frente a ese adulto tan arraigado en la Argentina dictatorial. Alejandro es un personaje centrado en esas ambigüedades, su familia y lo que está bien, sus enseñanzas contra sus deseos futuros. Por otro lado Arquímedes es un personaje misterioso, hijo del régimen por encima de padre o marido, todo lo que ha hecho con su familia parece más por el bien de la tapadera. Psicológicamente es fascinante y a eso ayuda mucho la terrorífica interpretación de Guillermo Francela, un actor conocido por sus papeles cómicos que se convierte en el miedo personificado, es lo mejor del filme. Aparte de ese personaje que vive y respira a través de su actor, el guión tiene una gran virtud, una sutíl aunque eficaz lectura política que mencioné en líneas anteriores; no tiene la fuerza esperada pero funciona como uno de los pocos elementos que nos recuerdan que esta película no existe para el mero entretenimiento del público.

Este nuevo thriller de Pablo Trapero tiene un ritmo muy pegadizo, una conseguida ambientación y un buen reparto protagonizado por el irreconocible Guillermo Francela en uno de los mejores papeles de su carrera; pero nunca llega a ser la magnífica película que podía haber sido si hubiera cogido la historia por el cuello y la hubiera destripado con la fiereza necesaria para narrarla. La realización es más una herramienta estética empeñada en dejar su firma que una herramienta centrada en trabajar de forma adyacente a la historia y el guión es -a mayores- vacuo y superficial salvo en algunos momentos puntuales. Al final tienen ustedes en cartelera un entretenimiento sólido y moderadamente interesante, aunque a muchos -como a un servidor- les decepcionará en demasía.


Alejandro Arranz

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