domingo, 15 de mayo de 2016

Crítica de “High-Rise”

-Moderadamente inteligente y transgresora, es sin embargo una película inusual, hipnótica y de acceso arduo y limitado; que licua tus ideas y se bebe el cóctel resultante. Un fatalista y distópico placer culpable.

-Wheatley se introduce en el caos y en él haya la belleza, la poesía, la filosofía y un inquietante desasosiego entre contenido y neurótico.

Seguramente todas las reseñas sobre esta película comenzarán hablando de Cronenberg, “Crash”, y evidentemente del autor de la novela homónima en la que se basa esta película, J.G. Ballard. Puede que también mencionen a Spielberg y las adaptaciones menores de Weiss y Nordlund. Un servidor prefiere hablar un poco de Ben Wheatley para a continuación hablar sobre la película. Este cineasta y guionista británico ha ido ganando incondicionales con cada nuevo proyecto, especialmente tras “Sightseers” y la maravillosamente inclasificable “A Field in England”. Y claro, ahora que decide adaptar a un genio tan retorcido como Ballard, las alarmas saltan y su nuevo proyecto se convierte en uno de los más esperados del año. De la adaptación textual se encarga una colaboradora habitual, la guionista Amy Jump. Y en el terreno actoral tenemos un reparto muy potente, encabezado por el cada vez más interesante Tom Hiddleston y secundando -entre otros- por: Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans, Elisabeth Moss y James Purefoy. Dicho esto me voy directamente a exponer si Wheatley ha logrado adaptar a Ballard con la rabiosa pureza tan propia del autor.

Aunque director y guionista han logrado una extraña conexión con Ballard en la esencia y la atmósfera de la película, se quedan muy lejos de lograr una obra de semejante relevancia y vastedad a la novela y en general toda la obra del autor. No obstante y aunque el experimento sea en varios sentidos fallido, también posee algunas virtudes capaces de saciar y fatigar incluso al cinéfilo más voraz. Empieza la película y ahí estamos, de una patada somos introducidos a un extraño mundo (La torre Elysium) de imponente arquitectura y un variopinto cuadro de personajes que acaba ligeramente desperdiciado (con excepciones). Cosa sin importancia, pues lo importante aquí es el colectivo, la masa, y no los sujetos individuales que no concuerdan dentro de un canon social establecido. Este último sería nuestro protagonista, Robert Laing. Una perturbación en un pequeño universo vertical, un nódulo que sobresale casi imperceptible (o todo lo contrario) en medio de una pared totalmente lisa, un raro y autosuficiente espécimen que se esconde a plena vista, y por ende un héroe Byroniano mutado convenientemente en el necesario antihéroe Ballardiano, perfectamente asimilado en la figura de Hiddleston. Posicionado en el medio entre otros dos sujetos claramente destacables, los personajes de Irons y Evans. Todo esos personajes son las células de esa red de arterias, la materia orgánica de un microcosmos de cuerpos copulando, golpeándose, bailando, drogándose, destruyéndose mutuamente y autodestruyéndose; un proceso que concluye con la hedionda supervivencia entre los restos descompuestos de un intento de civilización, fallido por sus propios términos que no tenían en cuenta lo más primitivo e instintivo de su cínica fórmula. Una sociedad podrida desde sus cimientos. Y un descenso a los infiernos en forma de coreografía de lirismo atronador e inquietante (que no por ello menos atrayente) acerca de la brutalidad humana enmarcada en una lucha de clases, una guerra civil en la que cada bando lo define la nivelación de cada habitante.

Y en todo esto la coherencia no tiene cabida, encontrando el espectador constantes saltos espaciales, situaciones del todo confusas y la enrevesada simplicidad de una vorágine, una anarquía absoluta. Así es como Wheatley ha creado su propio retrato del caos, su radiografía de un mundo muy cercano al nuestro, al actual, de un futuro aciago de corte premonitorio y de un ser humano tan ruín y loco como el real. Por supuesto hay que decir que el caos no se introduce con sutileza, sino que penetra en el edificio y en la película (imposible no pensar en “Shivers” de Cronenberg) de forma tajante, violenta, abrupta; algo que puede no caer bien a un público acostumbrado a un cine de digestión sencilla, cuya atención puede ir diluyéndose con el paso de los minutos pasada la primera hora. Y es probable al igual, que muchos acusen al filme de que más allá de su vigorosa apuesta formal repleta de brillantes soluciones visuales (caleidoscopio, melocotones, etc), se encuentre una obra distante, de visión extremadamente analítica; lo cual hace difícil la conexión y más concretamente el posicionamiento o la participación del espectador. Pues bien, realmente la veo una decisión sumamente correcta para mostrarnos el proceso de evolución -o involución- del ser humano hacia una completa perdida emocional y de empatía, hacia la frialdad. Retornando a un entorno psicológico/social/mental basado únicamente en la satisfacción de los deseos más primarios. Quizás el problema más grande al que se enfrenta la cinta es que su ambición la traiciona como arma de doble filo que es. Es una propuesta de pretensiones tan densas que es lógico que una gran parte de sus aspiraciones se desinflen. En ese sentido guionista y director juguetean con muchos temas y reflexiones entre sus dedos, pero sin abordarlos con la profundidad necesaria. Por último elogiar el trabajo de Clint Mansell (“Cisne Negro”, “Moon”) en la banda sonora.

Un filme que capta sin duda el canibalismo y la furia de Ballard aunque se diluye en cuanto a la complejidad y la fascinación de sus textos. Wheatley y Jump han mantenido la sustancia y se han ido por caminos diferentes con una obra “kubrickiana”de hipnótico apartado visual y una larga lista de temas universales entre los que podemos encontrar: el aislamiento, la necesidad de ser aceptado, la indispensabilidad de la tecnología en la vida moderna, la lucha de clases, la culpa, el ansia de poder y una suerte de pesadilla Kafkiana. Fácilmente se pueden citar películas y libros que vienen a la mente al verla, sin embargo es a su modo una criatura única en su especie. Una propuesta que inicia o bien define a la perfección, la corriente neorrealista del sci-fi moderno. “High-Rise” es una buena película que cogerá más cuerpo con las revisiones y que tiene todos los ingredientes para que cierto segmento del público la convierta instantáneamente en una obra de culto.


Alejandro Arranz

No hay comentarios :

Publicar un comentario