jueves, 4 de octubre de 2018

Crítica de "El reino"

-Seguramente la película española más importante del año. Un thriller atrevido, intenso y muy auténtico.

-Una perfecta alegoría de la España moderna, repleta de corrupción y buen cine.

No puede haber mejor manera de terminar la fiesta del cine que yendo a ver la nueva propuesta del cineasta español Rodrigo Sorogoyen. Tras Stockholm y Que Dios nos perdone el madrileño nos trae un thriller político que nos muestra la corrupción de nuestro país desde la mirada de su propios instigadores. La película, que con toda probabilidad -y justicia- se alzará con un par de Goyas, supone la tercera colaboración entre el director y la guionista Isabel Peña, y parece que ha sido uno de los trabajos más personales de ambos, requiriendo una profunda investigación y el compromiso de elaborar un relato justo y complejo que pudiera parecerse a la realidad. Les adelanto que lo han conseguido.

Nuestro protagonista es Manuel López-Vidal (Antonio de la Torre), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a favor para dar el salto a la política nacional. La cámara de Sorogoyen le sigue por los pasillos de su vida de lujo, entre comilonas de amiguetes, tejemanejes varios, fiestas en veleros y apariencias partidistas con falsos amigos que en cualquier momento pueden volverse peores enemigos. Manuel no es sino uno más de tantos corruptos que se pasan la vida afanando con la excusa de que los hay peores o de que cualquiera lo haría si estuviera en su lugar para darle una buena vida a su familia. Y en cierto modo, el director quiere que sepamos que Manuel es uno de los nuestros. Nos obliga a estar siempre en consonancia con la perspectiva de ese tipo horrible, a sintonizar con su caída constante por una escalera de consecuencias de sus instintivas reacciones de supervivencia, sin ningún condescendiente arco de redención. Elimina cualquier posible maniqueísmo de la ecuación para mostrar a Manuel como una persona, como un individuo al igual que usted o que yo, con el que incluso podemos empatizar en ciertas ocasiones. Es una realidad que quizás nunca nos habíamos planteado, porque es difícil aceptar que cualquiera puede hacer lo que Manuel hace, o incluso que nosotros también somos engranajes de la cadena. Por eso es tan importante la forma en la que está construido el personaje por los guionistas y a través de otra magnífica interpretación de Antonio de la Torre (¿el mejor actor español actual?): sin sesgos ni concesiones.

El movimiento de la cámara, el montaje incisivo y la música electrónica ayudan a hacer palpable esa sensación de desenfreno constante con la que conviven estos personajes en sus irrastreables rutinas. Sorogoyen controla el ritmo como un maestro en una suerte de “in crescendo” perfectamente refinado, que convierte el caos en puro desasosiego casi de forma bíblica. La situación se calienta más y más mientras a Manuel se le terminan las oportunidades, se estrecha el cerco hasta llegar a una media hora final de tensión absoluta, un chute de adrenalina asfixiante que pasa directamente del personaje al espectador provocando sudor frío. Para el recuerdo dos de las escenas más emocionantes del cine patrio reciente: la recogida de archivos en una fiesta y una persecución nocturna por la autopista. Una verdadera pena desaprovechar un clímax minuciosamente dispuesto, que tiene al espectador noqueado tras una serie de impactos vertiginosos, con una conclusión desacertada, por verborreica y sobreexplicativa, que pone en palabras las dos horas anteriores.

Háganme el favor de no quedarse con mi reproche al desenlace, que no desmerece en absoluto esta enorme historia que nos han traído Sorogoyen e Isabel Peña. El reino es un thriller furioso y elegante, elaborado con meticulosidad, interpretado con talento y rodado con artesanía, que machaca los pilares de nuestra podrida sociedad con un bisturí en lugar de un martillo. Una película notable y necesaria, capaz de colocarse en lugares delicados para entregar mensajes difíciles e importantes.


Alejandro Arranz

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