viernes, 30 de marzo de 2018

Crítica de "Ready Player One"

-Quítense las gafas VR, esta es una de las peores películas de la carrera de Steven Spielberg.

-Cinta tan banal como la distopía que retrata. Te echamos de menos John Williams.

El año pasado tuvimos nuestra ración del Spielberg político gracias a The Post, esa magnífica película sobre el buen periodismo. Este año le tocaba el turno al Spielberg aventurero, al cineasta que pone a prueba los confines del universo y las posibilidades del séptimo arte, al arquitecto de la infancia de varias generaciones, a uno de los maestros de la ciencia ficción. Un regreso en forma de adaptación de la elogiada novela de Ernest Cline, Ready Player One. Todo parece de ensueño: una premisa a la altura, el propio autor en el guion, un potente reparto (Tye Sheridan, Ben Mendelsohn, Mark Rylance, etc), un sinfín de guiños populares al alcance y nuestro Rey Midas favorito a los mandos del reluciente vehículo. Y sí, a priori este DeLorean luce fantástico, suena a música celestial y corre de forma vertiginosa; pero en cuanto llega la primera curva simplemente no da la talla. Claro, nos hemos equivocado de Spielberg, aquí solo está el productor infalible que sabe como nadie donde poner la cámara. ¿Ready? ¡Launch!

El comienzo nos atrapa sin remedio. El cineasta elabora una dinámica presentación de universo y personajes con la que además deja bastante claras las intenciones de la cinta. Una idea representada de forma diáfana a través de una violenta carrera de obstáculos con un King Kong gigante guardando la meta. No queda lugar a duda, Oasis es un mundo en el que todo puede ocurrir, un mundo excesivo, nostálgico y alucinante. Pero no deja de ser un mero videojuego. Es algo que todos tenemos claro, menos tal vez, el propio Spielberg, que se juega todas las monedas a su vacua mezcla de espectacularidad y nostalgia. De este modo la propia película se acaba convirtiendo en un excesivo, nostálgico y alucinante videojuego Triple A. Lo que no sería un problema si tras los píxeles hubiera algo más valioso que la opulencia visual y una nostalgia vomitada sin embudo. Sin embargo detrás de todos esos guiños y toda la pirotecnia no hay nada más que otro puñado de guiños y más pirotecnia (aparte del “planting” cómico más vergonzosamente divertido del año); y nada de eso nos lleva a creer en unas auténticas consecuencias en el mundo real, por mucho que los personajes insistan en soltar sus presagios fatalistas. La última media hora es una gigantesca prueba para la suspensión de nuestra incredulidad, un clímax de giros de guion cogidos con pinzas y acción convencional, que desemboca en el obvio y estirado momento de la moraleja.

Ready Player One es un entretenimiento tan vivaz y bien diseñado como en el fondo, plano. Una historia desaprovechada de la que se debía sacar muchísimo más. Spielberg salta al ritmo de Van Halen conducido por una nostalgia ciega y trivial, para terminar creando un easter-egg gigante y saturado que observamos entusiasmados aunque en realidad sea tremendamente vulgar. Es difícil asimilar que el cineasta que antaño rompió los límites de nuestra imaginación esté detrás de este aparato comercial sin alma. Un batiburrillo de referencias a la cultura pop tan irreprochable en lo formal que casi se pasa por alto su mediocre guion y a esos personajes que no son sino un puñado de avatares impersonales. Spielberg, casi cual flautista de Hamelín, nos guía por un camino de luces de colores para al final pedirnos que nos lancemos al vacío, aún sabiendo que no hay nada en el fondo.


Alejandro Arranz

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